Antes de la explosión de internet, para cada generación de jóvenes, había un atractivo innegable en lo contracultural, en lo independiente, en lo minoritario, en aquello que se salía de la norma.
Las redes sociales lo han cambiado todo. Si antes la creatividad crecía contracorriente, ahora la supuesta creatividad solo navega hacia lo productivo. Somos libres para compartir que no queremos cambiar nada.
Imaginad que alguien dice algo como lo que Camus escribió en 1969: "la tendencia es la muerte de la vanguardia".
Hoy la tendencia define todo el discurso cultural.
El talento solo brilla si es masivo y eso implica que el arte solo crezca si es global. Es terrible por muchas razones, pero la principal es que hoy y, de ahora en adelante, el talento precisará de una validación universal para ser definido como tal y por lo tanto, que las dinámicas culturales que pretenden romper con el orden establecido, son y serán minusvaloradas o ridiculizadas. Si antes la intrascendencia y la no validación universal eran el puntal de la vanguardia, ahora todo precisa de un like para tener sentido, peso y poso.
Corrientes como el surrealismo, el dadaismo o el Pop Art jamás podrían haber existido hoy en día. El capitalismo ha decretado un día de la marmota universal.
Sergey Brin, fundador de Google, dijo en 1999 sobre Internet que "Estamos ante la revolución cultural de la diversidad. Nunca personas más diferentes tendrán más libertad para generar cosas extraordinarias que se salen del status quo".
Brin tiene razón en cierto modo: nunca el discurso cultural tuvo más medios a su disposición para crecer y diversificarse, es cierto.
El fatídico problema es que nunca fue más homogéneo y previsible.
“El futuro desaparecerá el día que el arte no cambie nada”, dijo Hesse. Hoy más que nunca, uno tiene la sensación de que ese día ha llegado.