"Sublevación" de complejos sexuales, de mujeres obedientes y de niños tristes.
"Sublevación" que tortura, que asesina, que encarcela al que intenta volar, aunque solo pueda hacerlo por dentro.
"Sublevación" de culpa, de sexo con luz apagada, de matrimonios o viudas perpetuos.
"Sublevación" del miedo. Al infierno de los curas y el pellizco de la monja, a las paredes finas y a los chivatos, al perpetuo encierro de todos los días en casa y en la calle, a esa continua y apabullante sensación de que la vida es estar perdiéndote algo que nunca podría ocurrirte.
"Sublevación" que convierte tu porvenir en una promesa imposible que te haces a ti mismo.
"Sublevación" que prohíbe los sueños y que transforma el color gris en el único aroma, textura, melodía y sabor a tu raquítico alcance.
"Sublevación" de amores castos, de besos cortos, de caricias pensadas y nunca dadas, de camas separadas y camisones y calzoncillos tan largos como lun matrimonio de compromiso.
"Sublevación" de jóvenes envejecidos y de leyes inviolables escritas siempre por viejos.
"Sublevación" que persigue, acalla y asesina el talento, que censura lo brillante, que convierte la belleza en culpa y los silencios en la única verdad pronunciable.
"Sublevación" que torna el conformismo en virtud inapelable y la obediencia en camino único.
"Sublevación" de boinas, de misa de ocho, de gotelé, de dos comidas diarias y gracias, de abuelos en cunetas y padres en Suiza.
"Sublevación" de yeyé y copla, de seiscientos, de Marcelino, Pan y Vino y Paco Martínez Soria, de membrillo y café de malta, de inviernos de hambre y veranos de insomnio.
"Sublevación" de 40 años, la más larga sublevación de nuestra historia. Tan larga, que en realidad nunca ha terminado.