Dedicado a @ramsey9000, por este artículo. Como cuenta este documental, cuando a los enfermos de SIDA les dijeron en los 80 que debían esperar a hacer ensayos clínicos doble ciego con una mitad recibiendo placebo, metieron una presión social y política tal que la primera droga anti VIH se aprobó en un tiempo récord (sólo superado por las vacunas anti SARSCOV-2 de este año) y se canceló el ensayo antes de tiempo al ver que parecía que funcionaba bien. ¿Qué sentido tenía dejar morir a decenas de personas para tener una gráfica más bonita en los resultados finales, si el resultado era ya claro?
También se aprendió que para enfermedades complejas, y los cánceres lo son, no valen soluciones sencillas, un único compuesto perfecto que vaya a mantener la enfermedad a raya. Se necesitan multitud que la ataquen desde todos los frentes posibles.
Sin embargo, el sistema estandarizado hoy día de ensayos clínicos, la necesidad de tener promesas claras de beneficios económicos en los inversores, sumado a los prejuicios (y ganas de no meterse en líos) de los médicos, ejercen una inercia brutal de la que emerge una perversa fuerza en contra de descubrir más de estas soluciones de múltiples fármacos.
No se puede investigar si A+B+C+D mantiene un cáncer a raya porque no se sabrá al final del estudio cuál de los productos era el «bueno». Aunque quizás era precisamente dicha combinación lo que se necesita, y sobre todo, lo que URGE a los que reciben un diagnóstico fatal. El paciente no necesita conocer la respuesta, necesita sobrevivir. Punto. La ciencia es muy importante. Fundamental. Pero más lo son las vidas humanas a las que ni se intenta salvar, más allá de los cuidados paliativos aprobados por consenso.
No hay motivo ético para no permitir a enfermos terminales (beneficio/riesgo enorme) acceder a cuantas drogas se hayan probado mínimamente eficaces in vitro o en modelos animales, diseñando la combinación de forma racional bajo la supervisión de un médico que quiera realmente ayudar al paciente en vez de simplemente «seguir el libro». En la práctica, sólo unos pocos se atreven a dar el paso de diseñar sus propios cócteles de fármacos en base a estudios científicos que investigan ellos mismos. Por supuesto, sin que sus oncólogos lo sepan. Algunos llegan a vivir décadas, dejando en el aire la respuesta a si será sólo otra casualidad más, en la eterna espera de ensayos clínicos que no llegan ni llegarán.
Será la tercera vez que veo el documental en el último lustro, y no deja de sorprenderme lo real de las actitudes que revela dentro de la comunidad médica.
Os lo recomiendo encarecidamente. Merece la pena.