Sobre el Sesgo del Superviviente, el Efecto Composición, la Economía Política y la Meritocracia

Que Inglaterra siempre fue consciente de la importancia de mantener una hegemonía marítima es algo conocido. Al fin y al cabo, ese Imperio Británico al que tres cuartas partes del mundo llegó a deber obediencia se confirmó tras un absoluto dominio naval resultante de la famosa “Batalla de Trafalgar” donde, de nuevo, la flota francesa y española fue derrotada por la de su majestad inglesa. “Desastre de Trafalgar” lo llamamos nosotros, y uno al que la vida le llevo a pasar tiempo en la que fue capital de ese imperio no podía evitar pensar en esto las veces que miraba al imperturbable rostro de ese Almirante Nelson que nos escruta desde lo alto de su columna en “Trafalgar Square”, miren ustedes por donde le sale a uno esa estúpida vena de honor patriótico.

Aun así, los comienzos de la II Guerra Mundial no eran tiempos de mucha soberbia para el ejército británico. En una primera fase de la guerra donde la iniciativa ofensiva se encontraba en manos del ejército alemán, y tras la retirada del ejército británico de Dunkerque y la derrota francesa, era evidente que el próximo paso nazi sería la conquista de las islas. Aunque el dominio naval seguía siendo de la “Royal Navy”, y con esto se alejaba al corto plazo la invasión terrestre, la Luftwaffe alemana se encontraba en disposición de atacar blancos en tierra británica: la guerra había evolucionado, y ahora tan o más importante era dominar los mares como los cielos. La “Royal Air Force” (RAF) buscaba poder revertir una situación que ponía en serio riesgo su defensa: Inglaterra sentía, como no lo hacía desde mucho tiempo atrás, la guerra dentro de sus propias fronteras. El “Blitz”, esa guerra aérea alemana consistente en bombardeos a las principales ciudades, amenazaba con minar la moral civil británica.

Con esta idea, y ya en colaboración con el ejército norteamericano, se reforzó lo que se vino a llamar el “Centro de Análisis Naval Aliado”, que entre otras muchas funciones tenía la de mejorar la ingeniería de los aviones de la RAF. Uno de sus proyectos consistía en estudiar los daños sufridos por los bombarderos que regresaban de misiones. Se analizaban las zonas donde más impactos de proyectiles antiaéreos se recibía con el objetivo de aligerar los bombarderos mediante el uso de un blindaje más eficiente: conociendo donde se concentraban en mayor medida los impactos de la artillería alemana, se podría reforzar esas zonas para aumentar su seguridad, a la vez que se aligeraban otras zonas que no solían recibir impactos.

En un primer momento los resultados y aplicación de los estudios no presentaron mejoras. Hasta que apareció Wald...

Wald y el “sesgo del superviviente”

“Hay quién piensa que si a uno le salen canas no se quedará calvo. Pero es justo al revés: el que es calvo no tiene canas por no tener pelo”.

La historia es bastante conocida: Abraham Wald fue un matemático de origen rumano, experto en análisis estadístico y econométrico. Sobresaliente estudiante en la universidad de Viena, debido a su origen judío huiría de Austría a USA tras la llegada al poder del gobierno nazi como consecuencia de su anexión a Alemania en 1938, aprovechando la invitación de esa "comisión Cowles" que sería el germen de esa tan liberal "Escuela Económica de Chicago".

Conocido ya como un brillante experto en “teoría de la decisión”, recibiría la visita inesperada de unos ingenieros militares de ese “Centro de Análisis Naval” que anteriormente citábamos. En esta visita se le presentó a Wald ese estudio sobre los impactos en los aviones, consultándole sobre las diferentes alternativas planteadas de refuerzo y blindaje.

Podemos suponer que los militares se sorprenderían tras la respuesta de Wald: afirmó que el estudio debía de ser interpretado justo al revés. El análisis solo consideraba la muestra de aviones que habían sobrevivido a sus misiones, obviando todos los que fueron derribados y no habían regresado. La prueba de que las zonas que presentaban mayor Nº de impactos no eran las más críticas era el mismo hecho de que esos aviones retornaban a sus bases: las zonas más castigadas de los aparatos que retornaban eran las que podían permitirse recibir más artillería, mientras que en las zonas que regresaban intactas debían encontrarse aquellas más críticas y que por tanto debían blindarse. El estudio se había concentrado solo en las zonas con impactos, obviando las zonas de los aviones que regresaban a la base sin marcas de artillería.

Ilustremos esto de otra manera, sin salirnos de este ambiente bélico donde el texto nos ha llevado: si visitasemos un hospital militar de campaña de la I Guerra Mundial, podemos suponer que encontraríamos muchos más soldados con heridas de bala y mutilaciones en las piernas y brazos que en el pecho o cabeza. Pero no sucede porque los soldados no sufran balazos en el pecho o cabeza, sino porque los que reciben impactos allí van menos al hospital por soler quedar muertos en el campo de batalla entre trincheras.

Desde la respuesta que Wald dió a los militares, este problema se conoce como “Sesgo del Superviviente”, un sesgo de selección basado en considerar solo los elementos presentes, obviando al resto por no ser observables o no haberlos tenido en cuenta en la muestra.

El “Sesgo del Superviente” y el “Efecto composición”.

Visto desde la estadística, este sesgo tiene relación con lo que llamamos “Efecto Composición”, un error de análisis que puede falsear las medidas centrales y de dispersión, desvirtuando las conclusiones. Veamos un sencillo ejemplo, muy conocido, de este “Efecto Composición”:

Tenemos tres trabajadores que cobran salarios de 900, 1.500 y 3.000 € respectivamente, dando así una media salarial de 1.800 €. Si todos experimentasen una subida del 10%, la media también subiría un 10%. Pero ahora imaginemos que el asalariado de 900 € es depedido, el que cobra 1.400€ ve rebajado su salario a 1.300€ y el que cobra 3.000€ lo ve rebajado a 2.900€. El resultado es que el salario medio ha subido siendo ahora 2.100 €, cuando nadie ha visto un € más, de hecho todos perciben menos.

Ustedes ya pueden imaginar que ocurre cuando no tenemos en cuenta este “Efecto Composición” en los análisis de evoluciones salariales. Esto ha sido especialmente relevante en estudios desde nuestra última crisis: como en esta el despido más frecuente fue el de los trabajadores menos cualificados y con menores salarios, podemos llegar a erróneas conclusiones sobre la evolución salarial, llegando a afirmar aumentos salariales cuando esto no es cierto (y, permitánme decirles, no solo a erróneas conclusiones, uno sospecha que incluso presentar conclusiones conscientemente falseadas, investiguen la prensa de este tiempo atrás...).

Durante el transcurso de la crisis económica hubo un debate intenso sobre este mismo asunto, entre el 2008 y 2009 la pérdida de empleo fue de un 7% a la vez que los salarios medios aumentaban un 4,5%. Mientras algunos analistas denunciaban esto como un ejemplo de excesiva rigidez de nuestro sistema de negociación colectiva, otros veían un claro ejemplo de este “Efecto Composición”. 

Más ejemplos ampliamente conocidos del “Efecto Composición” son los derivados de medir la productividad del trabajo como un ratio, cociente entre el valor añadido bruto y el Nº de horas que se trabaja. Por el mismo motivo mencionado en el anterior ejemplo sabemos que este ratio de productividad suele crecer en las recesiones (son despedidos los trabajadores que tienen asociado una menor productividad), cuando esto puede no tener relación con una mejora de la productividad real. Análisis de rentabilidades históricas, de capital-riesgo, previsiones de demanda, etc... suelen verse presas de este sesgo, y diremos que en general es un efecto en ocasiones muy difícil de evitar y que se debe aceptar.

Saliendo del ámbito económico: Les invito a que reflexionen ahora sobre las consecuencias del “Efecto Composición” en los actuales análisis relacionados con la evolución del “Coronavirus”, su tasa de mortalidad, tasa de asíntomaticos, etc... Dada una situación en la que no conocemos el Nº real de infectados ni otras variables, cualquier previsión o tasa a presentar (por otro lado normalmente necesaria para iniciar cualquier actuación hacia fines) siempre deberá tener como base unas suposiciones (asunciones) a partir de las cuales realizar el cálculo. Sabemos que estas asunciones a día de hoy son débiles, por lo que cualquier resultado de estudios siempre deberá tenerse en cuenta, por el momento, con cautela. En estadística predictiva, la calidad de los resultados suele en muchas ocasiones tener una relación directa con el Nº de muestras disponibles para integrar en el estudio y con el tiempo transcurrido desde el inicio de la variable a analizar.

El “Sesgo del Superviviente” y la Economía Política.

"Si pretendemos el triunfo en la gran contienda ideológica de esta época, es preciso, sobre todo, que nos percatemos exactamente de cual es nuestro credo". (Von Hayek)

Salgamos ahora del campo econométrico y estadístico para pasar al relacionado con lo político: piensen ahora en todas esas teorías que explican y tratan de reglar el comportamiento económico solo en base a unas variables previamente seleccionadas (conscientemente o no).

Acercándonos hacía extremos en apariencia antagónicos, por un lado podemos encontrar este sesgo en esa sacralización de “la oferta y la demanda” como un mecanismo impío, la creencia casi religiosa en la posiblidad de la libre disposición de los agentes de mercado para sus acuerdos, en esa afirmación de que la determinación de precios solo se crea en base a la subjetiva utilidad marginal, la presentación velada del estado como el único agente con capacidad de ejercer intervención en la economía... en el otro lado tendríamos propuestas que llegan en ocasiones a obviar la existencia de incentivos personales como fuente de acción, que no admiten la utilidad de estos, o que no encuentran una organización al menos mínimamente vertical como necesaria para el desarrollo social. 

Vemos así como el “Sesgo del Superviviente” toma parte activa, diremos que conductora, en la economía política (digamos ya política simplemente): toda ideología, al igual que toda hipótesis (y por extensión teoría), parte necesariamente de una serie de axiomas que en algún momento son presentados como ciertos y universales, y a partir de los cuales se formula y crea el cuerpo teórico: representación de la realidad y programa de acción. Cada agente social se posicionaría aparentemente alrededor de tal o cual ideología política en función a los axiomas que acepta o rechaza como verdaderos o falsos en la realidad (y destaco dos palabras de este párrafo para reflexión del lector, aparentemente y realidad: si nuestra ideología finalmente parte de nuestras consideraciones hacia la realidad, no estaríamos más que aceptando que toda ideología se encontraría limitada por esta misma realidad. Encontraríamos así una de esas "vueltas al calcetín" que la historia del pensamiento da cada cierto tiempo, en este caso la del materialismo sobre el idealismo: lo que aparentemente se presenta como fruto único de nuestra capacidad mental, las ideas, en realidad nace como integración en nuestra mente de la "realidad material" de la que somos testigos con nuestra mente, creandose así las ideas...)

El “Sesgo del Triunfador” y la meritocracia.

Estos idiotas nunca entenderán cómo van encadenados méritos y suerte. Si tuvieran la piedra filosofal, a la piedra le faltaría el filósofo. (Goethe, Fausto).

Toda ideología, más aún cuando esta toca el debate político, busca ejemplos en la realidad a partir de los cuales autoafirmarse. En esto cabe una especial mención a esa idea que ha venido a ser conocida como “meritocracia”. Esta acepción actual (la idea nos acompaña en realidad desde siempre, vean sino la “Republica Ideal” del aristocratico Platón) se la debemos a Michael Young, ya como crítica, en su novela “Rise of the Meritocracy” de 1958. Ustedes ya conocen el concepto que se esconde detrás: la manera más eficiente de conducir cualquier grupo social sería que este fuera dirigido y modelizado en función de los méritos personales de cada uno de sus individuos; aquellos que hayan demostrado más méritos serían los mejores posicionados para la toma de recompensas sociales, cargos y puestos de mayor prestigio.

En su versión fuerte, la meritocracia suele caer en considerar al individuo como “átomo social”, desvinculando este del resto de variables que pueden influir en su devenir. Toda “meritocracia” se vería obligada a definir y limitar que entiende como mérito, cayendo en un necesario círculo redundante: solo los resultados que hayan sido seleccionados como méritos serían los que se tendrían en cuenta a la hora de determinar que individuos serán los portadores de este mérito, y por tanto que modelos son los que se deberían perseguir. Vemos aquí como el “Sesgo del Superviviente” se convierte en el “Sesgo del Triunfador”. De nuevo se toman solo en consideración una serie de variables preseleccionadas para a partir de estas crear un “todo”, que suele coincidir con los valores y objetivos que interesan a aquellos con capacidad de definir “qué es lo meritorio”. Obviando una realidades y destacando esas otras se crearía una falsa autoafirmación en la realidad.

El “Sesgo Resultadista”

“Parece que como perdimos no tenemos más derecho a nada. Yo tuve la suerte de que me renovaran el contrato, lo agradezco... es un reconocimiento en el fracaso” (Marcelo Bielsa)

Por último no quisiera dejar sin destacar muy brevemente la relación entre ese ”Sesgo del Superviviente” y el “Sesgo Resuladista”. Este último aparece cuando las acciones son valoradas en función de los resultados finales obtenidos, obviando la calidad del proceso de toma de decisión e información existente en este. De nuevo vemos como se obvian ciertas variables a la hora de emitir un juicio… ¿les suena esto verdad? Es cosa muy de los "jefes” y del momento presente… 

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Nota: Repasando el artículo antes de su pubicación, me hago consciente de que este sobrevuela de manera sin duda simplona varios asuntos que, solo por su propia complejidad, requerirían una mucha más cuidada exposición de la asociada a las posibilidades de un simple artículo. Si finalmente me decido a publicarlo será acaso por dos motivos; el primero es que, en la situación actual y presente que vivimos, me ha sorprendido la cantidad de opiniones y comentarios vertidos que no tienen en cuenta problemas conocidos como el "Sesgo del Superviviente" o el "Efecto Composición", cosas que pensaba como ampliamente conocidas. En segundo lugar, debo reconocer que he dejado "correr la pluma" poniéndo enfásis en como ese "Sesgo del Superviviente" puede convertirse en un hilo conductor que se puede encontrar en asuntos como estadística, toma de decisiones, economía y política. Espero que el lector disculpe esto...