Sobre las noticias y las historias falsas. Una retrospectiva

Decía Oswald Spengler en su enciclopédica obra sobre la decadencia de Occidente, que hasta el siglo XVIII no hubo intento alguno de escribir la historia de un modo objetivo, tratando de conocer realmente los hechos que en su momento habían sucedido. Fue el despertar del pensamiento científico el que trajo esta novedad que hoy creemos imprescindible, y a mucha gente de la época le sorprendió enormemente que los estudiosos y eruditos trataran de bucear en piedras, inscripciones y papeles antiguos que, por entonces, no tenían ningún valor. La arqueología fue también un invento del romanticismo, no lo olvidemos.

La gracia de esto, en primer lugar, reside en que estoy mencionando a Spengler porque creo sinceramente haberlo leído en ese libro suyo, pero me queda la duda de si lo leí en una obra de Toynbee, o incluso de Keegan. No me atrevo a asegurarlo.

Cuento esto porque creo que ilustra bastante bien la amplitud del tema. Estoy convencido de que es cierto que la historiagrafía moderna empieza con el enciclopedismo y el nacimiento del pensamiento científico, y no es muy relevante si en mi caso lo aprendí de Spengler, Toynbee o Keegan. Pero para alguna gente puede ser importante y, si me usara como fuente (mala idea), mi posible error se va a transmitir y a agrandar. ¿Intento engañar? No. Me equivoco, simplemente. Y me da pereza comprobarlo, porque no le otorgo al asunto la importancia que puede tener para otros.

Este es el primer problema de los errores: los que provienen de la mala memoria, el descuido, o la pereza. No son engaños, porque no hay intención de falsear nada, pero son errores.

Sin embargo, lo peor está en el aserto inicial. Si hasta el siglo XVIII nadie tenía el menor interés en averiguar los hechos, ¿quién demonios escribía las crónicas que hoy tomamos como fuentes fidedignas? Pues los que recibían el encargo de hacerlo o tenían algún interés en ello, que viene a ser como decir, los que contaban con motivos propios para sesgar, retorcer, falsificar, o seleccionar interesadamente los hechos.

También esto lo leí, pero no voy a arriesgarme con la fuente: todo lo que sabemos del pasado lejano con cierta exactitud se debe a pruebas distintas de las escritas, porque de lo escrito es inútil fiarse. Sabía escribir muy poca gente, y escribía para los poquísimos que sabían leer. El proceso, muy costoso, no se llevaba adelante por entretenimiento, amor a la verdad, o deseo de acumular conocimiento histórico (también eso es una idea moderna). El que escribía una crónica, lo hacía por encargo, para hacer propaganda de algo, o por el interés de su patrón, que a menudo necesitaba legitimidad, perdón o reconocimiento.

Puede haber excepciones, por supuesto, y algunos mencionan a Heródoto entre ellas, pero ni de eso podemos estar seguros, ya que tampoco resulta inverosímil pensar que intentaba afianzar ciertas legitimidades contra las pretensiones de alguien opuesto.

De los Evangelios supongo que es mejor no hablar.... Lo mismo que de los demás libros religiosos, sin excepción alguna.

Así que, ¿qué nos queda para conocer realmente la historia? Facturas, ruinas,enterramientos, algún acta de algún proceso judicial, contratos, cartas entre particulares y testamentos.

Pero por favor, no nos hagamos los sorprendidos con que la gente falsea los hechos, porque lo raro, lo inaudito es nuestra pretensión de que no se haga.

La anomalía son estos tres siglos en los que hay gente que trata de saber lo que pasó en realidad... Aunque sea dando por buenas las milongas rancias que contaron los mentirosos del pasado.

Qué le vamos a hacer: la Humanidad es eso.