En sus albores, el capitalismo no albergaba esperanza alguna para un mundo de (falsa) abundancia, que estuviera repleto de consumidores voraces que exprimiesen el planeta con cada suspiro. Podría parecer que las sociedades de consumo fueran obra de los avances sociales, del llamado progreso social y económico. Pero la realidad oculta una verdad siniestra.
No nos equivocaremos si entre los culpables señalamos al capitalismo y su lógica mercantilista que nos ha brindado la desigualdad mundial, el derroche competitivo, la anarquía productiva, la voracidad extractiva, la explotación desmedida, el acaparamiento exclusivo, la avaricia usurera, la obsolescencia programada, la ausencia de costes sociales y medioambientales repercutidos en los productos, la contaminación asesina, el endeudamiento estructural, la corrupción política, la globalización criminal y la generación caótica de residuos. Sin mencionar toda clase de crisis que brotan sin cesar, cuales setas tras la lluvia otoñal.
Hoy por hoy, nadie puede negar el efecto nocivo que han desatado las sociedades de consumo sobre el clima de la Tierra y sobre la propia salud humana. Y lo peor de todo, es que existe cierto discurso que intenta que nos sintamos cómplices de la tiranía capitalista (y quizá en cierto modo, lo estén consiguiendo).
En cualquier caso, vamos a desgranar si los consumidores somos tan culpables como parece. Y para ello cabe analizar de dónde venimos y cómo hemos llegado tan rápido hasta aquí. ¿Dónde se empezó a torcer todo?, ¿fue en la época de la colonización capitalista?, ¿fue en la época de la revolución industrial?, ¿o fue tras la segunda guerra mundial con la consolidación del nuevo orden mundial? La realidad subyacente en todas estas sociedades capitalistas es que todas ellas han sido un auténtico fracaso, analicémoslo:
El Capitalismo de la Colonización
El germen del Capitalismo nació en Europa a finales del siglo XV, cuando las clases burguesas organizadas en gremios de artesanos empezaron a desarrollar el mercantilismo expansionista frente a los amos del Antiguo Régimen Feudal. El resultado de su primera obra no tardó en llegar, puesto que en el siglo XVI ya estrenaron la colonización del mundo basada en el genocidio, la evangelización, el sometimiento y la esclavitud de los pueblos periféricos. Todo con el objetivo de robar y acaparar las riquezas del “nuevo mundo”, concentrándolas en las manos de un puñado de burgueses y aristócratas de las naciones europeas. Nacen así las grandes fortunas que pronto usarán su dinero para el disfrute personal, el ascenso en el poder y posteriormente para nuevas transformaciones sociales y económicas bajo sus reglas.
Por aquel entonces, el Capitalismo Primitivo ya generó las desigualdades que permanecerán siglos después inalteradas o incluso agravadas entre el Primer Mundo (Blanco, Occidental, Colonizador, Avanzado y Central) y el Tercer Mundo (Negro, Oriental, Colonizado, Atrasado y Periférico). En ambos mundos, en ambas sociedades de la incipiente burguesía, predominaba una profunda desigualdad social: los explotadores que amasaban el dinero y el poder, y los explotados por éstos, que no tenían nada más que su fuerza de trabajo, ya fuere como esclavos, siervos o asalariados.
Aquí los consumidores aun ni existíamos. El consumismo popular tampoco.
El Capitalismo de la Revolución Industrial
A mediados del siglo XVIII la clase burguesa impulsa la Revolución Industrial, que permite desarrollar el Capitalismo Clásico: la sociedad comienza a ser pautada por la maquinaria de los medios de producción capitalistas, la jornada laboral y el salario, generando dos clases antagónicas y bien diferenciadas: la burguesía minoritaria explotadora y el extenso proletariado explotado. 1789 es el año de la Revolución Burguesa en Francia. A partir de este punto la consolidación del régimen capitalista sobre el régimen feudal ya no tiene freno ni vuelta atrás. En esta época, los capitalistas se asientan en el poder político para comenzar a dirigir el mundo a través de los medios de producción y los Estados-Nación.
En el plano productivo, los capitalistas pagan lo justo para garantizar la reproducción de la clase proletaria, y la riqueza generada solo existe para la clase burguesa. Es el mundo incipiente del incremento de la productividad, la automatización y el auge de las cada vez mayores desigualdades sociales. También empiezan a generarse las primeras crisis de sobreproducción importantes. Es la época en la que aparecen las primeras energías fósiles, que más adelante se convertirán en el motor de todas las economías del Primer Mundo y en la condenación de la humanidad al calentamiento global.
Entrado ya el siglo XIX, se logra un paulatino y generalizado avance en la abolición de la esclavitud. Recordemos que los capitalistas descubren que un hombre “libre” y asalariado es más productivo que un esclavo y, además, absorbe en forma de consumo (mínimo) una parte del plusvalor generado por el capitalismo. Como las industrias del Primer Mundo ya habían experimentado algunas crisis económicas, el sistema capitalista busca monopolizar la industria y el comercio mediante la obtención de materias primas a bajo coste abriendo nuevos mercados en África, Asia y América. Por tanto, nace ya el interés por apoderarse tanto de territorios como de mercados mundiales, con la finalidad de ejercer una influencia de mayor alcance en lo económico y en lo político.
A finales del siglo XIX esta lógica culmina con el inicio de la fase del Capitalismo Imperialista, que básicamente consiste en la dominación de los monopolios y del capital financiero, donde impera la división internacional del trabajo y la exportación de capitales. Las organizaciones capitalistas internacionales se reparten los mercados mundiales y finaliza el reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes del Primer Mundo.
Aquí los consumidores tampoco existíamos, más que como una minoría de rangos intermedios y clases adineradas dentro de la cadena productiva capitalista. El consumismo popular no existía.
El Capitalismo del Nuevo Orden Mundial
En el siglo XX el mundo se desarrolla rápidamente bajo la lógica del imperialismo, el capital financiero y la división internacional del trabajo.
Y como no podía ser de otro modo, el primer éxito del imperialismo es la Primera Guerra Mundial en Europa, una lucha fratricida entre proletarios que obedecen a los intereses competitivos del gran capital y de las naciones dominantes. Una vez que el mundo ha sido repartido, el ansia por obtener cada vez más beneficios y por crecer eternamente a nivel nacional, conduce a la lucha a muerte entre las burguesías nacionales.
También, el primer éxito del nacimiento del capital financiero es la mayor crisis económica hasta el momento, bautizada como la Gran Depresión de 1929, una crisis estupenda donde el progreso acabó en bancarrota, millones de parados, miseria y destrucción de bienes.
Como resultado de la Primera Guerra Mundial y del auge de la teoría revolucionaria marxista que equilibra por primera vez la lucha de clases, nacen las primeras revoluciones comunistas y la creación del primer Estado Socialista de la historia en 1917, en Rusia. Un Estado que evolucionará a una Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) conformada por 15 países socialistas. Sin embargo, tales revoluciones y socialismos se verán abocados a la guerra permanente con el capitalismo, que décadas más tarde vuelve a la carga con la Segunda Guerra Mundial en Europa, y esta vez, desarrollando el fascismo.
Este es un punto de inflexión en la historia y en el desarrollo del capitalismo. La Segunda Guerra Mundial nace por un lado como una lucha entre naciones burguesas (nuevamente), y por otro como método para aniquilar el comunismo y el socialismo marxistas mediante el fascismo. Este último, es un objetivo que logran cumplir, ya que, a pesar de la derrota fascista, el socialismo queda tocado de muerte y tras varias décadas en decadencia acaba desmoronándose frente al capitalismo en 1989. Por ese motivo, el fascismo siempre será bien recordado por las élites dominantes. Sin embargo, la presión del Socialismo ejercida durante décadas de funcionamiento y la lucha paralela de las organizaciones obreras logran algo inesperado: la creación de los Estados del Bienestar Capitalistas, que implementan la intervención del Estado en la economía mediante el gasto público, desarrollando la educación, la sanidad y las pensiones públicas, así como otros servicios y coberturas sociales para la inmensa mayoría de la población (sólo en diversas naciones del Primer Mundo). Este nuevo paradigma produce un aumento sustancial de los salarios y del consumo en el Primer Mundo. Hay que tener en cuenta la idoneidad histórica de estas medidas, puesto que tras la Segunda Guerra Mundial muchos países del Primer Mundo quedaron parcialmente destruidos, y para reactivar la economía rápida y extensivamente optaron por adoptar parcialmente el modelo Keynesiano (ya usado por EEUU para salir de la Gran Depresión de 1929).
No obstante, tras el empuje del Keynesianismo, a finales del siglo XX se instaura la nueva fase del Capitalismo Globalizado, también conocido como Globalización Capitalista: se trata del último proceso de expansión del capital en todos los ámbitos geográficos y de actividad social, bajo las reglas del Neoliberalismo, es decir, el mercado “libre” (privado) y sin regulación pública del Estado. Este proceso está dominado por el control hegemónico de los grandes grupos industriales y financieros transnacionales en la búsqueda del máximo beneficio posible. Las reglas del juego financieras, políticas y sociales se definirán de acuerdo con los intereses de estos grandes grupos, con la cooperación de los Estados, y a través de instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, y la Organización Mundial de Comercio, totalmente fuera del control de la ciudadanía. Este es el denominado Nuevo Orden Mundial, un modelo que, tras la caída del Socialismo, busca privatizar y destruir el Estado del Bienestar en el Primer Mundo, continuar con el expolio del Tercer Mundo y promover la especulación financiera sin límites ni controles (y como consecuencia, ya en el siglo XXI la especulación bancaria llevará al mundo a la mayor y devastadora crisis de sobreproducción financiera de la historia, en 2008).
En el siglo XX también se logra por fin erradicar la esclavitud a nivel mundial (con algunos casos sonados que finalizan el proceso en el siglo XXI).
Aquí los consumidores ya estamos extendidos y el consumismo popular también: un porcentaje muy elevado de la población del Primer Mundo tiene acceso a todo tipo de servicios y productos.
Analicemos pues esta situación. El capitalismo ofrece desde finales de la década de 1940 un pacto a regañadientes para ofrecer coberturas sociales, derechos y salarios en el Primer Mundo (Estado del Bienestar). Y curiosamente es la misma época en la que comienza realmente lo que conocemos como sociedad de consumo (a pesar de que el término se acuñó en 1920, el consumo frenético no existió en aquella época). Es interesante ver que el aumento del salario y del bienestar, así como el surgimiento de la publicidad moderna, conduzcan a incrementar el consumo, pero no sirvan para frenar las crisis de sobreproducción capitalistas.
Es importante diferenciar el hecho que, una cosa son los derechos sociales, y otra el consumismo. No podemos responsabilizar a los derechos sociales y laborales, a pesar de que ello implique un aumento de los salarios, con la existencia del consumismo. El consumismo nace como una necesidad de los capitalistas para expandir sus mercados: cuanta más masa salarial existe en el Primer Mundo, más capacidad teórica de consumo puede haber. Y el único objetivo del capitalismo es exprimir el dinero cedido a los trabajadores mediante la creación de necesidades (por medio de la propaganda) que tendrán que pagar para que así el dinero vuelva a los bolsillos de los capitalistas. Para ello, es imprescindible no detener la producción, inculcar la cultura del despilfarro del “usar y tirar”, crear modas para sostener el consumo, y desechar los conceptos de reparación y reutilización. También es muy seductor el hecho de producir a bajo coste en Asia y multiplicar el valor de venta de los productos en el Primer Mundo, debido a que los márgenes de beneficio se multiplican (y también crece por tanto la desigualdad). Y así comienzan a crearse y expandirse todos los mercados: el mercado de los automóviles, del consumo de carne, de la compraventa de viviendas, de los viajes en avión y en barco, del turismo que acaba masificado, de los grandes deportes de masas, de los ordenadores y equipos electrónicos, de los videojuegos y las plataformas de streaming, etc.
Por tanto, llegados al presente, podemos afirmar que todo el sistema de consumo es un espejismo social. Otra fuente de desigualdad del capitalismo devorador y globalista. Si miramos las estadísticas mundiales de consumo de recursos, vemos que sólo un 20% de la población mundial, es decir, nada menos que 1.600 millones de los 8.000 millones que somos, consume el 80% de los recursos del planeta.
Esta barbarie es fruto del consumismo frenético y desmedido que los capitalistas han inculcado a las sociedades del Primer Mundo y que, tras llenarnos los bolsillos, engorda nuestros estómagos, entretiene nuestras neuronas y compra nuestras almas. Pretenden convertirnos en seres apoltronados, conformistas pusilánimes, inconscientes autocomplacidos que todo lo devoren en nombre del progreso. Es justo lo que los grandes capitalistas practican con sus mansiones de lujo, sus colecciones de coches, sus yates, sus viajes al espacio, y con todos sus excesos y lujos que tan alegremente consumen. Tan es así que la propia definición de consumidor responde ante la necesidad de convertirnos en cómplices de su tiranía. ¡Pero no somos simples consumidores! Somos ciudadanos, trabajadores, artistas creadores, padres, hijos y hermanos, que queremos vivir en un mundo digno, pacífico, sostenible, descontaminado y justo. Pero lo más importante, es que ni como consumidores ni como productores, tenemos voz alguna en la toma de decisiones que podrían resolver la situación. ¡No podemos decidir!
Además, el consumo sólo es la consecuencia de la producción. Una producción lineal y voraz creada por los capitalistas, que son incapaces de amoldarse a los límites físicos planetarios ni planificar una economía respetuosa con el planeta. El problema real es la lógica capitalista que pretende crecer indefinidamente en un planeta finito, logrando enriquecer cada vez más a los más ricos, y empobrecer cada vez más a los más pobres. De nada servirá consumir menos o solo consumir productos locales y ecológicos. El desastre está servido porque no existe forma alguna de consumo que solucione el desaguisado productivo y desigual que han creado los capitalistas.