Lo reconozco, tengo un problema.
Durante este Verano y con el fin de poder acordarme de los pacientes que estoy atendiendo y no forman parte de mi cupo, he acabado bautizándolos con nombres de personajes de series o películas, o incluso con el título de algunas de mis favoritas.
Así, a estas alturas cuento ya con un "Gran Gatsby", una "Con faldas y a lo loco", una "Teniente Ripley", o un "John McClane", entre muchos otros.
Pero hoy quería centrarme en uno en concreto, al que decidí apodar como "Sexo, Mentiras y Algunas Anfetaminas", jugando con el título de un gran film de finales de los 80.
Esta persona, que está rozando la categoría de personaje, acudió a mi por un problema que, a la espera de lo que pueda surgir de las pruebas que debe realizar, podría tratarse de un asunto bastante serio.
Es de los que se sientan y acercan la silla a mi mesa, la cual tengo separada estratégicamente para mantener una mínima distancia de seguridad, y te comienzan a hablar bajándose la mascarilla.
Empezó relatándome ciertos trastornos de su "ajetreada" vida sexual, añadiendo detalles que ni pedí, ni me importan para poder realizar mi trabajo ni una anamnesis correcta.
Como dije antes, a los pocos minutos de escucharlo comencé a temerme una patología de cierta gravedad.
Obviamente, le pregunté qué tipo de medicamentos estaba tomando, a lo que me contestó que ninguno.
No necesito ver la expresión en la cara de la gente cuando creo que me están mintiendo, y en este caso su sola mirada ya me confirmaba que no me estaba diciendo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Pasaron unos pocos segundos de un frío silencio, cuando añadió la siguiente frase: "bueno, tomo algunos suplementos...".
Eso ya me lo imaginaba, porque se trata del típico chico que va al gimnasio y se olvida de que también tiene dos piernas que debería trabajar.
En general, cuando hablamos de "suplementos" para deportistas, me imagino cosas como batidos de proteínas y demás, aunque debo reconocer que no estoy muy versada en esta materia.
Me indicó las marcas de algunos productos que estaba consumiendo, y me di cuenta de que toma más cosas que la inmensa mayoría de pacientes octogenarios que suelo atender.
Sin embargo, me llamó la atención un nombre sobre el que pasó muy rápidamente por encima, el cual si conozco a la perfección.
No me gusta meterme en la vida privada de la gente, pero como médico prefiero las cosas claras y a ser posible sin dar muchas vueltas.
Le indiqué que una cosa es un "suplemento", y otra bien distinta un medicamento del grupo de las anfetaminas.
Me da igual cómo lo consigue, quién se lo suministra, o porqué comenzó a tomarlo, pero a efectos sanitarios es una información especialmente relevante que nos puede ayudar enormemente.
Pero el quid de la cuestión llegó poco después, cuando le pregunté si ya estaba vacunado.
Su respuesta, de manera literal, fue la siguiente: "no, no me fio...".
De nuevo, una vez más, tuve que respirar profundamente, relajarme durante unos segundos, y morderme la lengua, porque estaba notando como mis ovarios comenzaban a subir desde su ubicación habitual.
A veces me da la impresión de que alguien ha colocado cámaras en mi consulta, y simplemente me están espiando para ver qué tipo de reacciones tengo.
No puedo asimilar, no me cabe en la cabeza, no encuentro una explicación por la cual pueda entender cómo una persona joven es capaz de meterse entre pecho y espalda una cantidad exagerada de basura de todo tipo, incluidos ciertos medicamentos con efectos secundarios importantes si se consumen en períodos largos de tiempo, y sin embargo no se fie de una vacuna que está salvando cientos de miles de vidas en todo el planeta.
De verdad, si esta gente está destinada a ser el futuro del país, voy a comenzar a hacer las maletas porque no quiero estar aquí cuando sean los que cortan el bacalao.
Señor, dame paciencia, porque como me des fuerza...