“Vivía en un estado totalitario de libertad, en un régimen autoritario de pleno albedrío, todo lleno de edictos y decretos ordenándole hacer lo que le diera la puta gana.”
Los Asquerosos
De todas las novelas escritas por este autor vasco, la más conocida es Los Asquerosos, una maravillosa oda a la libertad que proporciona el saber vivir con poco, aunque, en esencia, todas las novelas de Lorenzo son monolíticas defensas de la sencillez como camino hacia la felicidad en un mundo cada vez más incomprensible e inhumano.
Me cae bien Santiago Lorenzo. Vive apartado del mundanal ruido, en una aldea semiabandonada de la España rural, como el protagonista de su última novela, que, tras asesinar involuntariamente a un antidisturbios, se ve obligado a abandonar su minúscula existencia de mierda en la atosigante Madrid, para descubrir (se) una paradisiaca vida, sin un puto euro y en una casucha olvidada, en un poblacho olvidado, sito en una comarca olvidada.
Lo de menos es la parte que da título a la novela: Los Asquerosos, que no son más que esos urbanitas que aparecen a mitad de la trama para joder la vida del protagonista. Realmente esta novela no habla de eso. Es más bien un homenaje entrañable al valor de las cosas minúsculas, a la importancia de ese arte cada vez más olvidado de saber aburrirse, a descubrir el valor de colmar esa necesidad imprescindible de mirar desde lejos la existencia que se nos quiere sutilmente imponer (y que se nos impone), llena de cosas importantísimas, que no son más que gilipolleces del tamaño de un atolón.
Uno acaba las novelas de Lorenzo y se siente estúpido por haber vivido como ha vivido y feliz por saber que, aunque tenga que seguir haciéndolo, siempre le quedará la sorna y la ventaja diferencial con respecto a su yo del pasado, de saberse ridículo.
“Media victoria es que el enemigo no sepa que tú lo eres suyo. Y victoria entera es que el enemigo no sepa ni siquiera que tú existes.”
Los Asquerosos
Lorenzo nos proporciona, sin pretenderlo y esto es importante, los planos para comenzar a construir los cimientos de esa isla interior que debemos edificar, si no queremos volvernos locos de tristeza. Son novelas que, sobre existencias patéticas y abochornantes, logran hacer brotar catedrales de entusiasmo vital, basadas en un melasudismo tan incontestable como impagable.
Pero además, el novelista vasco consigue algo extraordinario, no solo aquí, sino también en Los huerfanitos (unos hijos desastrosos heredan un teatro ruinoso) o Los millones (un terrorista del GRAPO que lleva décadas escondido gana la lotería y se enamora): la de destrozar nuestra grandilocuencia existencial, la de hacernos entender que somos minúsculos, que somos uno más y que eso, aparentemente doloroso, es maravilloso y está bien, que podemos estar tranquilos. No es una apología del conformismo. Todo lo contrario, es una sutil arma personal de destrucción masiva contra las imposiciones sociales provocadas por ese ruido y esa furia del ridículo marketing existencial de nuestros días.
Guardemos la calma, porque la vida también es un domingo por la tarde y no pasa nada. La felicidad se esconde donde nos sale de los huevos y al que no le guste que se muera. El amor llega, si dejamos de esperarlo y el dinero no solo no da la felicidad, sino que es muy muy hortera.
Decía Camus que de vez en cuando hay que reservarse espacios para leer a buenas personas. Es esa "literatura de lo entrañable" de la que hablaba Steinbeck y que él reconoció no saber escribir, esos libros que más que leerse, se escuchan, como el que oye hablar a un buen amigo, al que hace demasiado tiempo que no ve.