Yeshua ben Yusuf, también conocido como Jesucristo.
Bienvenidos a un ejercicio de historia-ficción basado en el libro "El carpintero que conquistó el imperio romano", de E. J. Rodríguez, redactor jefe de Jot Down.
José de Arimatea era un judío que pertenecía al Sanedrín de la época y tenía mucho dinero y poder. Este buen hombre escuchó hablar sobre la resurrección de Lázaro y fué a visitarlo en persona. Quedó tan asombrado y convencido de que Jesús hizo tal proeza, que se convirtió en seguidor del nazareno.
Cuando Jesús estaba en la cruz, José de Arimatea estaba por ahí y quiso salvarle la vida. Conocedor como era de los entresijos políticos de la zona y con poder suficiente como para mover hilos, hizo lo siguiente:
Sobornó a los dos soldados romanos que vigilaban el Gólgota para que le diesen de beber a Jesús en la cruz un brebaje para anestesiarlo y dormirlo, probablemente opio. Después les pidió que le hicieran una herida en el costado, pero poco profunda, para simular que habían comprobado que estaba muerto.
Cuando hubo cambio de guardia romana, José de Arimatea fué con estos soldados a pedirle a Pilatos que le dejasen desenclavarlo de la cruz antes de tiempo, por ser festivo. Los soldados confirmaron ante Pilatos que efectivamente Jesús ya estaba muerto y Pilatos, que probablemente recibió otro soborno por parte de José de Arimatea, accedió.
Una vez desenclavado, lo llevaron a una tumba propiedad -como no- de José de Arimatea. Ahí le proporcionaron algunos cuidados hasta reanimarlo. Le limpiaron las heridas y le proporcionaron más bebida con opio, lo justo para que no tuviera dolores. También le vistieron.
Por eso Jesús se le apareció al personal, porque estaba herido de muerte, pero no tenía dolores. Pero después desapareció, muriendo en cualquier cuneta/camino/cueva de la zona de las heridas infectadas tanto de la tortura como de la crucifixión.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Feliz Semana Santa, meneantes.