Tal como prometí al señor “drogadisto” tras la publicación de su artículo titulado La cultura megalítica global, voy a responderle con la dedicación que se merece. Aprovechando la ocasión, compartiré mi opinión sobre un modo de pensar que me parece tan común como incorrecto, desde el máximo respeto a las creencias ajenas.
Un discurso comúnmente repetido por los creyentes en la pseudohistoria es el que consiste en afirmar que, puesto que existen pirámides en distintas partes del globo, las culturas que las construyeron debieron estar en contacto, de forma que unas aprendiesen de otras. La otra explicación que barajan es que procedan de una misma cultura anterior y común o bien directamente de las enseñanzas de extraterrestres o de algún tipo de fuerza paranormal.
Nuestro compañero meneante incluso va un poco más allá, ampliando la idea a muchos tipos de construcciones, argumentando que tienen un elemento en común: el hecho de presentar grandes bloques de piedra de formas rectas.
Esta hipótesis, por llamarla de algún modo, ya ha sido contestada por algunos profesionales que han tenido la paciencia de dedicar su tiempo a este menester, como hizo José Miguel Parra, cuyo libro aprovecho para recomendar y del cual extraigo estos fragmentos:
Limitados como están en su metodología histórica, son incapaces de pensar de otro modo que no sea decimonónico; por tanto, la única posibilidad que se les ocurre es el más puro difusionismo: como las primeras pirámides aparecen en Egipto, el único modo de que los mayas supieran de su existencia y aprendieran a construirlas es mediante la sabiduría transmitida por un egipcio.
Según este peculiar modo de pensar, las cosas se inventan en un sitio y, en cuanto cobran forma, de inmediato, la capacidad de otros seres humanos para inventarlas de nuevo desaparece del inconsciente colectivo para siempre. Parece que para los pseudohistoriadores el conocimiento sólo se puede transmitir. Una noción que resulta curiosa cuando en época moderna se tienen notables ejemplos de invenciones simultáneas, como el cálculo infinitesimal (cuya paternidad se disputaron Gottfried Leibniz e Isaac Newton) o la teoría de la evolución (desarrollada a la vez por Charles Darwin y Alfred Russell Wallace).
Ahora sabemos incluso que un elemento tan definitorio de la cultura humana como es la agricultura se inventó no en una, sino en hasta siete regiones diferentes del planeta sin contacto entre ellas y en épocas diferentes. (...) Algo similar a la agricultura sucedió con la escritura, que aparece de forma casi simultánea en Mesopotamia y Egipto en torno al 3400 a. de C., en el valle del Indo hacia 2600 a. de C., en China hacia el 1200 a. de C. y en Mesoamérica hacia el 900 a.de C.
A esta “metodología de análisis de la realidad”, se le suele asociar otra, como es la variación de la escala de comparación al gusto del usuario. Como hemos comentado, suelen argumentar que las pirámides son “similares”, pero dado que el concepto de “similar” es totalmente subjetivo, cabría puntualizar qué entendemos como tal. Un perro y un gato pueden ser considerados similares respecto a un pez, o pueden considerarse totalmente distintos entre sí, atendiendo a sus propias características. Ir variando la escala de comparación para reforzar nuestros argumentos es uno de los trucos más simples, pero eficaces, utilizados por esta irracional forma de pensar. Nuestro amigo meneante la lleva un poco más lejos, ya que cualquier cosa construida con bloques rectangulares es prácticamente lo mismo.
Volvamos al libro citado anteriormente:
Por último hablemos ahora de las propias pirámides, la prueba definitiva de los pseudohistoriadores. Dejando de lado el “ligero” problema cronológico de los 900 años de separación y el “corto” problema de los 12.500 km de distancia entre unas y otras, el único parecido que existe entre las pirámides egipcias y las mayas es su forma, y esto con matices. Hay un problema de principio y es que una pirámide es el modo más sencillo y natural de construir en altura sin fachadas en vertical. Si uno comienza a apilar materiales para alcanzar elevación lo que acaba obteniendo es una colina. Cuando se decide antropizar esa forma para construirla y que deje de ser un túmulo, por motivos prácticos acaba convertida en una base cuadrangular: es mucho más sencillo utilizar ladrillos o sillares rectangulares que moldearlos o tallarlos curvos, sin contar con que las líneas rectas facilitan enormemente las tareas de medición e incluso orientación. Este es el motivo de que haya pirámides por todas partes del mundo antiguo, no es un difusionismo extremo con Egipto como punto de partida, una hipótesis digna de Grafton Elliot Smith.
En otras palabras, la razón de que existan pirámides en distintas culturas es que construir con forma de pirámide es la solución más lógica a un problema técnico concreto y la lógica sí que es universal a todos los seres humanos sin necesidad de que estén en contacto entre ellos.
Más allá de utilizar la misma solución práctica al mismo problema, tampoco son tan parecidas morfológicamente las pirámides mayas y las egipcias. Las mayas siempre cuentan con una escalera que lleva a una terraza superiory están desmochadas, a diferencia de las egipcias. En esa terraza hay un templo en el caso de las americanas, pero no en el caso de las africanas. Mientras que unas estaban ricamente decoradas, las otras carecían de adornos exteriores. Mientras unas suponían un vínculo con lo terrenal (son montañas que en su interior contienen una cueva para acceder al otro mundo), otras son vehículos de contacto con lo celestial, escaleras o rayos de sol mediante los cuales ascender al firmamento. Su supuesta utilidad religiosa también es completamente diferente.
Abundando un poco en el tema, podemos ver lo absurdo del difusionismo extremo si lo aplicamos a otros casos. Podríamos defender que, puesto que en todas las partes del planeta se construyen cabañas de formas similares, se fabrican anzuelos de morfología similar, o se considera que tatuarse el cuerpo o adornarse con plumas es una buena idea, ello es prueba irrefutable de que los aliens son los que nos enseñaron absolutamente todo, pues ¿de qué otro modo se podrían explicar todas esas coincidencias?
Para aportar otra perspectiva útil, a modo de comparación, podríamos recurrir a la biología y a su concepto de evolución convergente. Recurriendo a la siempre socorrida wikipedia:
Se da cuando dos estructuras similares han evolucionado independientemente a partir de estructuras ancestrales distintas y por procesos de desarrollo muy diferentes, como la evolución del vuelo en los pterosaurios, las aves y los murciélagos. Sus semejanzas indican restricciones comunes impuestas por la filogenia y la biomecánica de los organismos.
Podríamos pensar, siguiendo el esquema de pensamiento que critico en este artículo, que si diferentes animales tienen alas es que han de tener forzosamente un ancestro común, el cual desarrolló esas herramientas que le permitieron volar. Realmente, diferentes especies pueden desarrollar las mismas herramientas por separado, puesto que el medio físico en el que viven y sus leyes son iguales para todas. La “tecnología del ala” no es un invento de un misterioso antepasado común, sino la respuesta técnica correcta y eficiente al problema de cómo volar. Del mismo modo, tal como sigue ocurriendo en la actualidad, distintos equipos llegan individualmente a la misma solución porque es la más acertada en su contexto, no porque un misterioso tercero intervenga. A nuestros antepasados les ocurría lo mismo y podemos estar bien seguros de que no hubo un único genio heroico e irrepetible al que se le ocurriese construir una canoa, sino que es una respuesta lógica a un problema concreto.
Llegados a este punto, podemos pensar que esta forma de razonamiento solo es propia de los consumidores de pseudociencias que siguen siendo una minoría (aunque creciente) y que, por lo tanto, es un tema que no tiene ninguna importancia. Sin embargo, el hecho de ver nuestra historia como una serie de innovaciones que forzosamente son extendidas por el difusionismo mal entendido, es un vicio intelectual en el que todos solemos caer. Podemos traer a colación otro libro más que recomendable, El amanecer de todo, en el que sus autores nos hacer ver cuán equivocadas pueden estar algunas de nuestras ideas sobre el pasado. Por ejemplo, ¿cuántas veces se repite que la democracia es un invento griego y que desde allí se ha difundido por el mundo? ¿Estamos realmente seguros de esa afirmación? A quien le interese la respuesta, ya sabe adónde acudir.