Estoy hasta el gorro de los ofendidos por delegación. A los otros los puedo entender. Los compadezco, pero los entiendo: eres mujer y te molesta que se hable mal de las mujeres. Eres policía y te molesta que se diga que los policías son todos unos bárbaros. Eres profesor y te molesta que se diga que los profesores son todos unos escaqueados con el teleguiñol de las clases online.
Vales: es normal. El ataque al grupo se reparte negativamente entre todos los miembros del colectivo. A escote, te has tragado una parte de la hostia y entiendes que, personalmente, no te la mereces. Ye te cabreas. Normal.
¿Pero qué mierda es eso de que una rubia se ofenda por un comentario sobre los negros o los indios comanches? ¿qué gilipollez es esa de que un vecino de una urbanización de lujo se ofenda por un comentario sobre los pobres?
Empatía, dirán para justificar su actitud. ¡Y una mierda, empatía!
De lo que se trata es de aprovechar el sufrimiento de los demás para defender los propios fines, apropiarse de la condición ajena de víctima y mandar callar al otro.
¡Ofenderse por otro. ¡Eso sí que es apropiación cultural, y vital, y social! Eso sí que es robarle al otro su vida para, en su nombre, en nombre sus males, sacar un rendimiento en forma de empoderamiento, como les gusta decir.
Lo que intentan en realidad es robar las malas vivencias del pobre y del negro para, en su nombre y sin su permiso, convertirse en jueces de la ética y guardianes de la moral. Lo que intentan es ponerse en el lugar del pobre y del negro sólo para recibir el beneplácito y las condolencias, pero no la exclusión y el dolor.
Pero ellos no son nada de eso, no. Son tíos con barba abrazando el feminismo para follar. Son suecos condescendientes que se burlan del camarero español y dicen apoyar al agricultor somalí. Son clase alta, con perrito, criada y jardín defendiendo la lucha obrera.
Puñetera gente. Son repugnantes.