Afirmar que una araña es tejedora, o que cierta persona es lectora de novela histórica, no es afirmar que el insecto esté tejiendo una tela de araña ahora, o que esa persona se encuentre en este momento leyendo un tocho de tapa gorda y letra tamaño fuente veinticuatro. Ser tejedora es tender a tejer, y ser un lector de novela histórica es tener el hábito de leer libros de ese tipo. Sin embargo, tales afirmaciones no podrían ser consideradas ciertas si no se dieran casos positivos en los que la araña tejiera , o en los que esa persona leyera novela histórica. “(Él) está ahora leyendo novela histórica” no significa lo mismo que “(Él) es un lector de novela histórica”, pero sin que en ocasiones la primera afirmación no sea cierta, no podría ser verdadera la segunda. La afirmación “leer novela histórica” indica tanto usos episódicos como usos que denotan tendencia.
Pero esto no ocurre siempre. Empleamos en nuestro día a día gran cantidad de enunciados que expresan tendencias o capacidades, y que sin embargo no refieren a episodios concretos: ser un científico, o un técnico logístico, no se justifica a partir de una acción concreta. Entre estos enunciados genéricos también encontramos aquellos que refieren a las llamadas “disposiciones mentales”, por ejemplo cuando de alguien decimos que es “amable”, “malvado”, etc. Hay un amplia gama de acciones que podrían justificar tales juicios sobre la mente, mientras que sólo existe un tipo que justificaría el juicio de alguien como “lector de novela histórica” (pues eso, leer novela histórica asiduamente). Mientras algunos enunciados disposicionales son determinados, otros son muy genéricos: decir que alguien es malvado se podría demostrar a partir de un sinfín de diferentes acciones concretas.
Así, los verbos a partir de los cuales designamos las disposiciones concretas suelen coincidir con los verbos que designan las acciones que justifican tales disposiciones concretas, mientras que para las disposiciones genéricas, en muchas ocasiones, no existe una correspondencia directa. De un lector de novela histórica podemos decir que ahora lee, de un fumador que ahora fuma, de un pintor que ahora pinta... pero de un científico no decimos que ahora “cientifiquea”, o de un técnico logístico no decimos “tecnologístea”. Lo mismo ocurre con algunas de las disposiciones mentales, en tanto refieren a colecciones de acciones genéricas: de alguien a quien catalogamos como amable no decimos que “amablea” (en todo caso que ahora “es” amable), o de alguien que es malvado no decimos que “malvea” (decimos que ahora “es” malvado). El caso es que los juicios sobre disposiciones mentales, para ser verdaderos, deben referir a un conjunto de acciones demostrables, pero estas no son únicas. Uno es amable cuando ayuda a subir la compra al vecino, cuando nos indica como llegar a cierta dirección, cuando cede el asiento del autobús, etc. y etc. ("and so on, and so on", que diría el charletas eslovaco).
Resulta entonces que los juicios sobre disposiciones mentales no son ni informes de observables - nadie ve eso de “la mente y sus disposiciones” -, ni tampoco informes de estados de cosas inobservables, pues refieren necesariamente, para ser ciertos, a acciones concretas de los que podemos ser testigos. Pasa con esto de las disposiciones mentales lo mismo que con Dios, que nadie lo vemos, pero resulta que es omnipresente... ¿escuchan ya los sollozos de Ockham al otro lado de la puerta? Y es que tal vez una reflexión que deberíamos hacernos, aun por poco intuitiva que esta pareciese dada la actual ideología que compartimos, es qué necesidad existe en acudir a esa idea de “disposiciones mentales” para explicar lo que al final solo se demuestra mediante colecciones de acciones concretas. Porque referir con las palabras “disposiciones mentales” a una categorización del individuo en función a ciertas tendencias conductuales es algo muy diferente a referir con esas mismas dos palabras a algo así como el producto de una sustancia misteriosa, con fuertes connotaciones metafísicas y dualistas, y de carácter creador como eso de “la mente”. Que es lo que nos tememos, viendo el panorama, que muchos entienden.
----------------------------------------
Este texto se publica como entrega de la serie "Los peligros de la palabra ser". Otras anteriores entregas:
- Los peligros de la palabra "ser" (V): de la dichosa mente y la belleza subjetiva.
- Los peligros de la palabra "ser" (IV): de lo real y lo perfecto (Spinoza)
- Los peligros de la palabra “ser” (III): Ryle y error lógico categorial. El mito de Descartes.
- Los peligros de la palabra "ser" (II): el chiste del sargento.
- Los peligros de la palabra "ser" (I): la metafísica como sustantivación de lo material. Pitagóricos.
Otros artículos relacionados: