A pesar de estar de acuerdo con muchos de los que, estos días, sostienen que hay que evitar que la guerra de Ucrania nos lleve al amargo precedente de dar la razón al agresor, no puedo menos que pensar en la gente que está sufriendo las consecuencias de la agresión rusa.
Porque sí, hay que decirlo para que quede claro: Rusia es el agresor en esta guerra, sean cuales sean sus razones para la agresión, y a todos nos gustaría que la historia terminase como en una buena serie o en una de esas películas, a medio camino entre la Metro Goldwin Meyer y Disney, en que los buenos triunfaban y los malos eran vencidos y humillados.
Pero resulta que hay que decir otra verdad, aunque sea obvia: nosotros no estamos allí. No, ni a mil Kilómetros siquiera. Y ojalá no lo estemos nunca, porque ya he dicho de trescientas maneras que prefiero que Europa en general, y España en particular, no participen en esta guerra.
Tenemos allí nuerstro ánimo y nuestros calculos, todo hay que decirlo, pero joder, amigos, no estamos allí. Mandamos lanzacohetes como podíamos mandar pimientos de Padrón o queso manchego. Algo que nos cuesta dinero, pero no sangre. Y no podemos, honradamente, pedir a los ucranianios el sacrificio de poner los muertos para que la realidad coincida con nuestro relato. No podemos decirles que hay que esperar a que Rusia se arruine. No podemos decirles que cada día que pasa Rusia se debilita y eso nos ayuda a tener nosotros menos miedo a la siguiente agresión. No podemos decirles que están muriendo por un mundo más justo donde ser el agreso salga muy caro, porque de momento los que ponen los muertos son ellos, mientras nosotros ponemos las palmas y la banda de música.
Demasiado a menudo tengo la impresión de que estamos en una corrida de toros, o en una de esas lamentables casas de apuestas que trufan nuestros barrios más humildes, y que le estamos pidiendo al boxeador por el que apostamos que aguante un par de asaltos más, mientras nios acabamos la birra. Así de frívolos y así de gilipollas.
Pero es que las hostias se las lleva él.
No podemos pedir orgullo y dignidad a quien ha demostrado tenerla de sobra pero se enfrenta a cien veces más de lo que nosotros estaríamos dispuestos a tolerar cerca de nuestras casas. Aquí no hay ley de oro ni ley de hierro: aquí hay muy a menudo una puñetera mentalidad de videojuego, una mezcla de mierda de Half Life con Pretty Woman, donde ellos ponen los muertos y nosotros la geoestrategia de mesa camilla donde hablamos de lo malo que sería que el agresor se saliese con la suya si se firmase una paz en que Rusia sacase tajada.
Y es que todos aguantamos muy bien, demasiado bien, los palos en espalda ajena. Aunque le ayudemos a gritar. Aunque le demos ánimos. Aunque sintamos los colores.
Un poco de vergüenza, por favor.