Que Pablo Motos es un personaje por el que no siento demasiada simpatía es algo que ya he dejado caer por aquí en alguna ocasión.
Me parece un tipo con una personalidad absolutamente artificial y vacía.
En su momento lo describí - y cito palabras textuales - como alguien "capaz de cualquier cosa por poder decir que tiene un amigo de renombre. Y cuando digo cualquier cosa es cualquier cosa. Desde arrastrarse por el fango, a vender, humillar o destruir a quien sea. Desde tragar lo que haga falta hasta abandonar lo más importante. Lo que sea para poder decir que hace pis por las mañanas con fulanito. O que los domingos come churros con menganita. Eso es su vida. Que el relumbrón de los demás le ciegue la vista completamente y llene a reventar su ego".
Sin embargo hay ocasiones en las que me resulta curioso ver a Pablo en su programa: cuando invita a Miguel Ángel Revilla, el campechano de Cantabria. Y digo que me gusta verlo porque es como el culmen de una obra. Es el número estelar. Es la comfirmación del circo que es "El Hormiguero".
Cuando Miguél Ángel acude al programa y llega el momento, se apagan las luces, se concentran los focos en la pista central, se hace el silencio y por fin... por fin ocurre la magia.
Sale al centro el payaso principal, acapara toda la atención, que es lo que le gusta, y entonces, en una suerte de "más difícil todavía" saca al mono de los platillos, le da cuerda y comienza el espectáculo.
El otro día ocurrió de nuevo. Y como en otras ocasiones fue un éxito y el público aplaudió hasta romperse las manos. Más aún cuando en un ejercicio de marketing impecable tuvieron la idea de terminar la actuación con algo lacrimógeno y sensible, como es la enfermedad y la salud de las personas, asegurándose así no fallar al finalizar.
Bien es cierto que no todo funciona al 100% en un número tan arriesgado. A veces el mecanismo del monito de los platillos se dispara y funciona de forma errática o el mono hace cabriolas imprevisibles e inesperadas sin darle cuerda. Pero el payaso cuenta con la ventaja de que al tratarse de una bufonada, la cosa puede resultar un poco loca incluso aunque le escueza.
Sin ir más lejos a Pablo le salió mal la jugada, porque si hay algo que es debilidad de este personaje, eso es atizar a Sánchez. Y a eso encaminó a Revilla. Lo que pasa es que este lo hizo en una nimiedad anecdótica (la cuenta de un restaurante) para a continuación saltársele el resorte y terminar alabando la gestión del Ejecutivo con respecto a la actual situación en Cataluña. Osea: todo lo contrario de lo que pretendía Pablo. A partir de ahí se descontroló del todo el mono, asumió el mando, se adueño de la conversación y solo al final se encauzó de nuevo el número circense, con el cofofón lacrimógeno.
Por lo demás "El hormiguero" cuenta con el resto de personajes circenses: el domador y su asistenta, la mujer barbuda, el equilibrista trapecista, la payasa tonta, el payaso gracioso... Lo tiene todo para agradar. Incluso su sección con tintes divulgativos, para que no todo resulte entretenimiento plano y mundano. Dejo a vuestro antojo que asignéis los personajes.
Y un último detalle que me gustaría constatar es que como no solo de circo vive el pueblo, si no que también necesita pan de vez en cuando, ahí están los libros que regalan los autores ensalzados, la tarjeta con euritos por parte de la entidad financiera que busca mejorar o lavar su imagen y el coche de regalo para tener un argumento con el que poder compararse con el "Un, Dos, Tres".
De Miguel Ángel Revilla puedo hablar otro día, pero solo mencionaré una perla que él mismo dejó en el programa de Pablo, en un gesto de "tú me das cremita yo te doy cremita": "A mi la gente, los jovenes me conocen por El hormiguero, Pablo".
Un político debería de ser conocido por su gestión favorable a la ciudadanía, mucho más que por sus apariciones en "El Hormiguero". Si la balanza se desequilibra hacia el lado incorrecto, las posibilidades de convertirse en un bufón se multiplican exponencialmente.