El presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, sumergió el escenario en un oscuro abismo de horror, justo después de que el equipo femenino lograra coronarse como campeón del mundo. En un giro retorcido de los acontecimientos, perpetró un acto siniestro y perturbador al agredir de forma sexual a otro integrante indefenso de la plantilla. Un escalofriante silencio se cernió sobre los medios de comunicación, como si las sombras mismas hubieran devorado la noticia. Cualquier sospecha de duda razonable sobre la intención detrás del gesto que compartió con la jugadora Jenni Hermoso, se desvaneció en medio de una oscuridad absoluta al descubrir que ese mismo acto abominable había dejado su maldita marca instantes antes.
La imagen macabra que se presenta al final de este escrito muestra cómo Luis Rubiales, en un rictus de locura, aferra con mano ensangrentada la cabeza del seleccionador Jorge Vilda, atrayéndola hacia su propio semblante. Como un maestro de lo grotesco, utiliza su brazo izquierdo para inmovilizar a la víctima en una llave perversa. Todo este horror, con la intención repulsiva de arrancar un beso forzado dirigido hacia la comisura de los labios del sometido. Sosteniendo una sonrisa nerviosa, la víctima, sufre bajo un máscara macabra que oculta su verdadero horror interior. Su alma, atrapada en el abrazo frío de la traición y el miedo, lucha por escapar de las garras de esta pesadilla sin fin.
Ahora, tan solo queda rezar por las víctimas, mientras la sombra de la justicia se alza como un espectro vengador en el horizonte, su guadaña afilada yace en espera de cortar los lazos perversos que han tejido esta historia maldita.