Cada día me asalta con más fuerza una sospecha: todos los partidos se presentan a las elecciones, a ver qué pillan, pero en estos momentos nadie quiere gobernar, porque el que más y el que menos se malicia que nos vamos comer una hostia como el sombrero de un picador y que el que ocupe en esos momentos el palacio de la Moncloa va a quedar marcado como un novillo.
Así estás las cosas: cada día depende menos de nosotros el camino que transitamos. Cada día hay más poder en manos de instituciones foráneas, empresas multinacionales y bancos emisores de casa Cristo. Cada día importa meno lo que votamos, porque como a Draghi, o la petarda que lo releva, les dé por no comprar deuda española, no nos libran ni la virgen de Covandonga y Confucio en coalición.
El poder se escapa, pero no las culpas. Cuando algo vaya mal, y no tardará, todo el mundo acu8sará al partido gobernante de no haberlas visto venir, de no hacer nada por evitarlo y de no ser capaz de gestionar la crisis. Y de nada servirá que ese pobre desgraciado, quien quiera que sea, señale al Banco Centra Europeo, al Fondo Monetario Internacional o al Cristo de la Farlopa: el culpable será él, también pro las decisiones que no le dejaron tomar, la soberanía de dibujo animado y la independencia de litrona y subidón.
Por eso no quieren gobernar: porque las ven venir. Porque el estacazo que se avecina va a ser de manual resumido de Historia Universal, porque es mejor parecer tonto dos días que hijo puta media vida. Porque es mejor decir que la abuela fuma, el niño sin piernas pidió una bici y los fachas luchan contra el feminismo que contar que las pensiones no se pueden pagar, la deuda no se puede pagar y algún día habrá que despertar y regresar a lo somos en realidad: un puto país más pobre de lo que creemos. Un país con más pobres de los que parece y menos ricos de los que suponemos.
Por eso nadie quiere gobernar. Por eso.