Yo creo que el que más y el que menos, o ha opositado alguna vez, o conoce a alguien que haya opositado. En mi caso, que no he opositado nunca, recuerdo que hace muchos años tenía tratos con una academia de opositores y me pasaba pro allí como un par de veces al mes.
El ambiente ya sabéis de qué va. Estrés, ansiedad, nervios, una carga de trabajo enrome y distintos grados de competitividad, buena y mala fe, pero en unas dosis y con unas características bastante especiales. Seguro que a alguien que lo haya vivido desde dentro le apetece explicarlo mejor. Y se el agradecería.
El caso es que entre las oposiciones más difíciles y más largas estaban, y seguramente están aún, las oposiciones a juez. Conocía a bastantes personas que hacían oposiciones a judicatura. Y coño... eran gente normal, con sus movidas, sus secuelas por la enorme carrera de fondo, y las miserias humanas de cualquiera, amplificadas por la caja de resonancia de su inacabable oposición.
Y luego, resulta que en cuanto sacan la plaza, se convierten en personas imparciales, justas, sin ideología, sin partidismos y sin intereses oscuros. Así, de golpe, los mismo que conocía yo de la academia son ahora los árbitros intocables de todos y cada uno de los conflictos que padecemos. Y veo bien que lo sean, ¡pero coño! ¡que no nos hagan creer que son mejores que los políticos, ni que tienen menos intereses inconfesables, ni menos miserias, ni se venden más caro!
¿Qué efecto mágico se supone que produce aprobar esa oposición?
¿Qué clase de sociedad somos que preferimos trasladar los problemas a gente que NO hemos elegido que tratar de empujar a que negocien las soluciones las personas a las que sí hemos elegido? ¿Por qué tiene que decir un juez si se debió autorizar o no una manifestación? ¿Acaso su veredicto va a ser mejor o más imparcial que la del representante que tomó la decisión? ¿Por qué?
La preferencia general de los ciudadanos de algunos países por los jueces respecto a los políticos es un síntoma de pensamiento mágico, o de pensamiento autoritario. Prefiero que lo mío lo ventile uno al que no he elegido y no puedo cambiar que uno al que sí hemos elegido entre todos y sí lo puedo cambiar. ¿De qué clase de convicciones sale semejante idea?
La judicialización de la vida política es, a mi entender, un síntoma de la renuncia del pueblo a lo valores de la democracia.
O eso, o que la gente cree en el milagro de la Inmaculada Oposición. Un examen tan espiritual que hace que la gente que era como era en la academia de opositores se vuelva justa, cabal, y deje de estar encabronada con el mundo y en venta al mejor postor.
Alucino.