En unas horas me despido de mi perro, "mi chuchote" como yo le llamo cariñosamente cuando lo acaricio, y quiero contar un poco abiertamente mi experienda, mis pensamientos y sentimientos y desahogarme de alguna manera.
Casi 17 años con la familia dan para mucho y teniendo yo 35 recién cumplidos, puedo decir que ha estado literalmente media vida conmigo.
Era un marzo de 2005, en plenas Fallas de Valencia, cuando me acerqué con mi padre y hermano pequeño a una tienda de animales del barrio, con la intención de adoptar un perrete "mediano". El chico nos dijo que tenía dos cachorros hermanos (uno color canela y otro negro), de 2 meses y poco. Tras ver a ambos in situ y un poco cómo reaccionaban a nosotros, optamos por el negrito. Y le pusimos Blacky (qué original, verdad?).
Lo que adoptamos era un cruce de pastor alemán, un perro mestizo, un mil leches, un chucho, "mi chuchote". Al final han sido 35 kilos de perro, pero qué más da.
Lo llevé a casa en brazos, y fue recibido con gran alegría por toda la familia, eramos 3 hermanos y desde entonces fuimos 4.
Es increíble cómo se puede llegar a querer al dichoso perro, para mí es mi hermano, con todas las letras. Te entiendes con él a la perfección, sabes lo que te quiere decir con cada mirada, con cada tipo de ladrido, con cada gesto corporal. Y él sabe lo que quieres de él, con cada gesto que le haces, tono que empleas o posición corporal que adoptas.
Esto es lo "fácil". Lo alucinante es lo que interioriza de cada movimiento del día a día. Si veía a mi padre calzarse las deportivas, sin decirle nada ya sabe que le tocaba paseo. Si nos veía preparar bolsas y una maletilla, tocaba irse al chalet (se volvía loco y se sentaba en el recibidor de casa junto a los bultos para que no nos olvidáramos e él) y estando allí bajar las persianas implicaba irse a pie de maletero (también por aquello que "que no me olviden"), y así con otras tantas cosas cotidianas.
Me independicé hace uños años, pero siempre que he ido a casa de mis padres, no entraba o me iba sin dedicarle un ratillo. Incluso poder bajarlo a pasear pasó a ser un lujo cuando antes era una obligación (bien llevada). No lo tenía conmigo pero hacía lo posible, cuando podía, por estar con él y le dedicaba todavía algo de mi tiempo. Cuando llamaba por teléfono a mi casa y sabía qué tal estaban todos, luego siempre preguntaba por Blacky.
Y como a todo bicho viviente le llega su final y pese a siempre padecer de alergias, haber sido opreado por una hernia y cosillas menores, es fuerte como un roble. La veterinaria que lo ha llevado desde cachorro dice que el perro camino a los 17 años está sano como tal, todas las analíticas perfectas, corazón sano, etc. pero lo que tiene es puramente vejez.
Y aquí llega lo duro. De un tiempo a esta parte ha empezado a perder fuerza de las patas traseras. Empieza con algún paso torpe, pasa a los tropiezos, a costar levantarse, a caerse estando de pie y no poderse levantar... sumado a las cataratas, pérdida auditiva y de olfato, incapacidad de controlar sus necesidades... nos queda la decisión más difícil y que hoy se produce. Hemos estado tiempo con medicación para intentar retrasar el proceso de todo ello, pero el final llega igualmente.
Hemos hecho todo lo posible para darle la mejor vida. Sin entrar en pijerías, le hemos dado TODO. Nuestro amor incondicional, un veterinario cada vez que ha hecho falta, bajarlo siempre sus 4 veces al día con largos paseos (lloviera o hiciera 40 grados, en estos casos paseos más cortos...), su cómoda cama, los más sinceros abrazos y caricias, así como la disciplina que necesitaba para integrarse y ser uno más. Todo esto siempre correspondido por su compañía y cariño incondicional.
No quiero ser empalagoso ni lacrimógeno, pero no hay palabras para describir los sentimientos y la gratitud que genera tener un perro.
Tan sólo os digo que queráis a vuestro perro, disfrutad de él, prestadle atención, dedicadle tiempo y aunque no estéis de humor, abrazadlos, mimadlos. Y da lo mismo si es de raza o no, lo importante es darle la mejor vida que pueda tener, porque siempre te corresponderá.
Tengo decidido entrar y acompañarlo hasta su último aliento, el hubiera hecho lo mismo. Quiero que se sienta acompañado y querido hasta el último momento.
Y ya con los ojos empapados, solo me queda decir:
"Hasta siempre, mi chuchote."