En un parque lleno de adolescentes, el adolescente A agrede a B. La percepción generalizada de los allí presentes es que A actuó mal bajo la premisa de que agredir físicamente siempre está mal. Los jóvenes enseguida apoyan a B para que se defienda y resista la agresión.
Una anciana, que acaba de llegar y presencia la pelea, le dice a su marido, que está sentado en un banco: “¡Qué horror! ¡Ese chico está loco!”. El anciano, que lleva horas observando a los jóvenes, le cuenta a su mujer que él no puede saber si el chico está loco o no, pero que antes de que se produjese la agresión los demás adolescentes estaban haciendo cosas que el agresor manifestó como un mal trato hacia él. Su veredicto es: “el chico ha perdido los papeles y ha hecho mal, pero, en mi opinión, todos los allí presentes pusieron su granito de arena, de algún modo, para que se detonase un comportamiento como ese; es decir, la víctima no es tan víctima y el verdugo no es tan verdugo como pudiera parecer. Aun así, es terrible lo sucedido. Ojalá parasen.”.
Moraleja: Si esta metáfora es cierta, me lleva a pensar que todos, en cierta manera, tenemos responsabilidad —que no culpa— de lo sucedido estos días. Si la geopolítica se asemeja al juego del ajedrez donde cada movimiento de un jugador produce una influencia en los movimientos del otro, y, si estos jugadores representan a las naciones del mundo, y las acciones de estas están determinadas por sus dirigentes (los cuales están influidos por la cultura dominante, las presiones de la ciudadanía, etc…), y estos están elegidos por nosotros, entonces, cada ser humano ha puesto su granito de arena para que algo así ocurra. En un mundo globalizado e interrelacionado, toda acción produce una reacción que a su vez produce otra reacción, que a su vez… Quizás ahora cobren más sentido que nunca las palabras de: “antes de cambiar el mundo da tres vueltas por tu propia casa”.