En el lecho de muerte de un padre

Decía Truffaut que dejaría de hacer cine cuando el mundo que trataba de retratar ya no estuviese vigente.

Ayer me planteaba si ver "Rifkin´s Festival" de Woody Allen y me puse a leer las críticas de Boyero y Luis Martínez. No pude evitar pensar en esa autobiografía que sacó hace dos años, tan alejada de sus maravillosas obras literarias, tan centrada en acallar las acusaciones que se han vertido contra él...parecía un libro escrito por un aburrido biógrafo que lo admirase mucho.

Bueno, acabé viendo la película y al parecer, con "Rifkin´s Festival" vuelve esa sensación: un Allen autocomplaciente, que se mal-imita a sí mismo, blandito, timorato y perezoso. Los 3 adjetivos que usaría también para calificar la espantosa entrevista que le hizo El País hará cosa de tres años, donde pudimos ver a un Allen insulso, cansado, controlado por su agente de imagen (sentada a 10 metros de él).

Supongo que, un tipo de ochenta y tantos, que lleva toda la vida trabajando, se moriría si dejase de hacerlo. Supongo también que Allen ya no volverá a rodar obras de la trascendencia y lucidez de Hannah y sus hermanas, Delitos y Faltas o Annie Hall. Pero no concuerdo con los motivos que algunos esgrimen, entre ellos, ese de Truffaut al que aluden los críticos del cineasta neoyorquino, acerca de que no tiene sentido hacer cine sobre un mundo que ya no está vigente.

No es que ya no existan en el mundo profesores universitarios con la crisis de los 40 o escritores inmersos en limbos creativos. No es que esos pijos judíos neoyorquinos que tenían esas maravillosas crisis identitarias y religiosas y que iban al psicoanalista hayan desaparecido de la faz de la tierra. No es que los años 40 de "Días de Radio" hace ya casi un siglo que hayan acabado. El extraordinario mundo de Allen nunca ha existido y no importa lo más mínimo. Porque Allen siempre ha tenido una vocación de escape absoluto, al menos así lo he percibido siempre.

¿Llegó a existir la Nueva York de "Manhattan", una ciudad que por aquella época pasaba su peor crisis como urbe y como concepto?

¿Acaso queda algo de la París de "Midnight in Paris"? ¿Puede haber algo más antibarcelonés que la Barcelona de "Vicky, Cristina y Barcelona"? Paradójicamente, la película que mejor recoge la esencia de una verdad es la más onírica de Woody: "Días de Radio".

Pero en mi opinión, todo eso no importa porque Allen nunca ha dejado de ser un poeta cómico de la nostalgia, y la nostalgia no se basa en lo que sucedió, sino en lo que creemos que sucedió, y muchas veces, queremos que hubiese sucedido. Y aprender que eso es esencial en la vida, que el relato debe ser siempre mejor que la realidad, es una de las cosas más bellas que he aprendido y ha sido gracias a él.

Me da igual si el mundo de Allen ya no está o nunca estuvo. Las sensaciones que despierta son genuinas y, en un arte, ahora negocio, que ha perdido tanta honestidad como el cine, esa docena de obras clásicas siguen teniendo más valor que nunca, porque generan esperanza y optimismo a partir de la desesperanza y el pesimismo. Porque se ríen de aquellas cosas que todos tememos con una fuerza descomunal, tales como la muerte, la depresión o la soledad. Y eso es impagable.

Creo que en los últimos 40 años, son muy pocos los que han conseguido, de forma tan sostenida, trabajar con un respeto tan reverencial al séptimo arte como él.

En una entrevista al Le Monde en 2008, el director neoyorquino decía: "No me preocupa reflejar una realidad. Después de todo, ¿quién sabe qué es la realidad? Tampoco me preocupa que llegue el día que no tenga nada que decir, porque lo más importante ya lo he dicho. Lo que me preocupa es el día que no pueda trabajar". Sinceridad brutal. El creador que cambia la inspiración por la inercia para convertirse en fabricante. Puede resultar muy decepcionante escuchar a alguien a quien admiras decir algo así, pero no podemos olvidar que esa afirmación sale de la boca de un señor que lleva 50 años trabajando sin descanso. Creador de una filmografía irregular, pero que contiene una cantidad de obras maestras solo al alcance de unos poquitos directores en la historia del cine.

Sus películas nunca fueron para el público, eran artefactos que él usaba para responder a sus preguntas. Y eso es lo que las hacía únicas. El problema es que Allen ya no se hace preguntas y sus películas son, sencillamente, una forma de supervivencia. Y aún así, algunas, pese a su autocomplacencia, teatralidad e ¿involuntaria? autoparodia (Midnight in Paris, por ejemplo) siguen siendo de lo mejorcito que se ha rodado en estas dos décadas. Otras son directamente infames (A Roma con amor).

Su admirado Truffaut también decía que "no hay nada peor que un director que se ha rendido" y ahí está otra vez Allen para llevarle la contraria, porque hasta un Woody cansado es mejor que la inmensa mayor parte de sus coetáneos. Ya quisieran algunos directores contemporáneos rodar, sin ni tan siquiera haberse rendido, el que para mí es, el último clásico de la historia: "Match Point".

El padre de Woody Allen moría en 2002. Allen cuenta como un hombre de 101 años, de profesión camarero, le decía, en su lecho de muerte, a su hijo de 67 años, director multioscarizado y figura cultural universal, las siguientes palabras: "Nunca tendrás éxito si no comienzas a tomarte la vida en serio".

Menos mal que Allen jamás se tomó muy en serio a su padre.