Un laberinto literario y a la vez real. Una reflexión

Como hay libros a montones y voy a destripar un poco uno, evitaré decir el título y el autor y me limitaré a comentar la idea, que es lo que a mí me suele interesar de los libros, y con eso bastará, espero. Este libro, además, está bien escrito, y lamento mucho no poder publicitarlo. O no querer hacerlo en estas condiciones. El autor, valiente como pocos, es hijo de migrantes y vive en Europa.

La cuestión es que un hombre rico, muy rico, se embarca en colaborar con una agencia no gubernamental. Y se gasta un buen pellizco, casi una fortuna, en colaborar con diversos proyectos africanos de desarrollo. La cosa va como va. No voy a entrar en eso. En unas cosas bien y en otras regular, en el mejor de los casos.

La cuestión es que el protagonista ve que lo que esos países necesitan es contar con profesionales de primer nivel, y como no cree que los africanos sean tontos, ni mermados, ni medio gilipollas, prevé que en poco tiempo encontrará chavales de talento para llevarlos a su país europeo, para que estudien allí, y regresen a su país para formar una nueva élite técnica e intelectual que sirva de germen para luchar contra el subdesarrollo.

Para él, es una cuestión de nueve o siete años. A unos los llevará con 14 años a Europa y los devolverá a su país con 23, y a otros, mejor preparados, los llevará a Europa con 16 y los devolverá también con 23.

Y se los lleva a Europa con distintas figuras legales. A unos, como becados, y a otros, incluso, como hijos adoptivos. No hay problema. Se lleva a los mejores y les paga una educación privada o pública, pero de calidad. De mucha calidad.

Algunos fracasan en la adaptación a Europa y vuelven pero son muy pocos. El problema surge cuando han acabado sus estudios y se niegan, en su inmensa mayoría, a volver a su país. ¿Tiene alguien derecho a mandarlos de vuelta?

A partir de aquí se desencadena una curiosa guerra entre el patrocinador y sus patrocinados, que en algunos casos son incluso sus hijos adoptivos, y en la que todo el mundo, sin excepción, quiere meter cuchara.

Y resulta que todo vale. Y resulta que al patrocinador se le puede acusar de lo que sea, incluidos los abusos sexuales, con tal de no volver a África a desempeñar la medicina o la ingeniería. Y aquí empieza la lucha, el combate final, del que no desvelaré la resolución.

Sólo me queda una cosa por añadir: aún no he llegado a tomar partido, pero la reflexión me parecía lo bastante interesante para compartirla.

Salud.