Cada poco, mi señora madre me sorprende con el mismo titular que se va repitiendo en los periódicos con cada oposición a judicaturas: tal o cual chaval o chavala han sacado las oposiciones con 24, 25 o 26 añitos. Mi madre nunca me perdonó del todo que no me dedicase a la medicina, en primer lugar. Y ya puestos a hacer derecho, me decía, qué menos que hacerte juez o notario. Muchos años después de haber terminado la carrera y con cierto recorrido profesional a mis espaldas, me sigue lanzando miradas sutiles en las comidas familiares, y en sus pupilas parecen reflejarse todas esas promesas de estabilidad, prestigio y riqueza que mi madre supone a ser magistrado.
Yo no tengo, ni he tenido nunca, la capacidad de encerrarme años a estudiar una oposición. Recién licenciado, lo que yo quería era salir de una puñetera vez al mundo real, donde se materializan todas esas cosas abstractas que salen en los libros. Y, sobre todo, no tengo la fuerza de voluntad, la constancia y el trabajo que requiere, a tierna edad, preparar unas pruebas tan duras a tantos niveles.
Así que vaya por delante toda mi admiración y respeto a esos jóvenes jueces: saben más de derecho general que la mayor parte de abogados a lo largo de su carrera y, desde luego, y quitando temas muy muy concretos en los que me he especializado, pueden hacer conmigo mil guiñapos.
Dicho esto: nada me asusta más que un juez joven. No un juez inexperto (porque alguien puede sacarse las oposiciones ya talludito o peinando canas), sino específicamente joven. De ellos salen sentencias que son maravillosas: corrección al texto de la ley, bien motivadas y fundamentadas, y se nota que quieren hacer un buen trabajo: el desgaste de la monotonía aún no recorre sus dedos mientras pulsan “ctrl + v”.
Son impecables formalmente. Siguen la ley a rajatabla.
Y son una basura de sentencias. Son barbaridades casi sociopáticas.
Veréis, algo de lo que no se habla a menudo es de que el mero hecho de ser juez supone un filtro a la clase social (como lo es cualquier oposición que requiera de cierto tiempo). No todas las familias del país se pueden permitir, después del esfuerzo financiero de una carrera, que su tierno retoño siga engordando a su costa cinco años sin aportar al frigorífico (ni quitarse de enmedio y aliviarlo). Y evidentemente no hay que ser Amancio Ortega para mantener a un hijo mientras oposita, claro: pero desde luego, como las pases putas para llegar a fin de mes (y eso te coloca en un grupo bastante amplio), tu cachorro va a tener que ir buscando un McDonalds mientras echa currículums de lo suyo.
Y eso ya supone un filtro, como digo. Los jueces vienen, en su mayoría, de clase media y familias estructuradas. Con toda la empatía woke e izquierdista que tengan o le hayan inculcado (como la mía, en realidad), no las habrán pasado realmente putas en su adolescencia y joven adultez.
Y si el juez o jueza es joven… Acúrvate que vienen garras.
Un juez no sólo ha de ser un jurista que mantenga la absoluta pureza del procedimiento y diga que esta realidad con forma de estrella cabe en este huequecito jurídico con la misma forma. Un juez ha de ser un juez del carácter y la naturaleza humana, severo pero comprensivo con los matices y empático hasta con aquellos que no lo merecen. No es una mera aplicación de la ley en bruto y en abstracto (porque olvidan que la misma ley tampoco quiero que la usen así: decía un profesor mío y juez que "a la ley le pone cachonda que la acaricien").
Los jueces jóvenes son robóticos y bastante estáticos en su opinión, en su mayoría. Conforme uno se hace mayor, se vuelve, si es honesto consigo mismo, más dubitativo. Lo que antes era repugnante o glorioso ahora tiene sus matices. La vida te ha dado sus pequeñas hostias.
Te conoces mejor: todo el mundo responde “sí” a la pregunta de si se meterían en un edificio en llamas para salvar a alguien, y lo creen realmente; pero tienes que estar ahí para saber, con certeza, si lo harás. Oh, y ahora eres súper estricto y tienes las cosas claras con los machistas, racistas, homófobos, progres, feminazis, woke o lo que te salga del higo, pero creces, y oh, este simpático vecino de otra etnia me molesta con su comida especiada, u oh, a mi pareja la ha acosado sexualmente su jefe. Y aprendes sobre ti y sobre el mundo que te hace de atrezzo.
¿Os han pegado en la cara alguna vez? Es un conocimiento que sólo te da la experiencia. Si es que sí, seguro que recordáis que lo primero fue el shock y casi la incredulidad del impacto, junto con la adrenalina a raudales que te paraliza y te altera. Casi no te crees que alguien, un ser humano, te haya hecho eso. Si te han pegado en la cara alguna vez conoces esa sensación y la próxima vez que veas una pelea, una película, o una historia, sabrás la de entrenamiento que hace falta sólo para asimilar un puño en tu jeta.
Y me apuesto a que si fueses juez y la víctima te dijese que el agresor le dio un puñetazo en la cabeza pero que él se revolvió al momento y contraatacó, sabrías que o la víctíma tiene entrenamiento en artes marciales, o no te dice toda la verdad, o estamos ante un prodigio del combate.
Y aquí lo tienes: un conocimiento casi básico en criminología que sólo la desagradable experiencia te puede hacer entender.
Temo a los jueces jóvenes. A bienintencionados cachorros llenos de conocimiento técnico bruto pero sin experiencia con el comportamiento humano. Que, literalmente, desde que los parieron hasta que se ponen a hacer cumplir la ley (y literalmente decidir sobre vidas enteras) no han tenido que pagarse un alquiler y la comida ha estado en la mesa a su hora, mientras papá y mamá, que se quieren y no discuten, hablan de sus días.
A ese juez le vas a poner en situaciones en las que el comportamiento llega al límite y le vas a decir que venga, chaval, tú de esto sabes. Ese juez o esa jueza va a tener que juzgar los mil matices en una discusión de pareja, los mil matices en unos gritos de dos personas atrapadas bajo una hipoteca que les da por culo y un trabajo mal pagado.
Y no, no sabe, y aplicará la ley con la sutileza del que se masturba con un martillo pilón. A la ley lo que le pone cachonda, repito, es la suavidad, es la armonía; no que el iluminado ortodoxo diga que por supuesto ese que se llevó un paquete de pañales es un ladrón (oye, él no hace la ley, la ley es, La Ley) o, peor, un estafador (porque cambió la etiqueta del producto) y vea de forma inteligentísima y a la vez muy estúpida dos o tres agravantes que te tengan a un padre desesperado y arruinado con antecedentes que le impidan incorporarse al mundo laboral.
En otros países es necesario un cierto tiempo ejerciendo como abogado o relacionado con el derecho antes siquiera de poder optar a juez. Y creo que el objetivo no está en la adquisición de conocimiento técnico, sino psicológico.
Quiero jueces que hayan vivido. Pero vivido de verdad. Que se hayan fumado un par de porros de vez en cuando, que se hayan enamorado; que una vez se metiesen en una pelea de botellón; que colaborasen en una ONG bienintencionada defendiendo lo suyo. Que se hayan ido de año sabático. Que se hayan hecho veganos por esa chica, y runners por aquel chico, o que les haya dado por el rocódromo porque sí, porque les gusta. Y aprendido guitarra y haber subido a YouTube dos covers vergonzantes.
Que hayan tenido un curro de mierda. Que hayan tenido que hacer números para pagar un alquiler. Que les hayan roto el corazón. Que hayan discutido con sus parejas, que tengan algún o alguna ex mal de la mollera. Que les guste un whisky por la noche y echar polvos salvajes y extraños; que se tiren pedos sin pudor, que se hayan marcado un torneo al Fifa durante un fin de semana seguido con los colegas; que se hayan escapado de casa para ir a una fiesta, que se les haya roto el condón, que se hayan metido en préstamos con anatocismo, con multas por exceso de velocidad, con faltar a clase para ir a la cantina a jugar al tute, aquella vez que le cruzaron la cara por ser demasiado baboso ligando, cuando su padre se quedó sin curro y esos meses de incertidumbre absoluta de qué va a ser de nosotros.
Esos son los jueces que me gustan: con el coño pelado de la vida y sabiendo de qué pasta está hecha la gente. Y los jueces jóvenes, tal vez, con los años, pasen por alguna de estas vivencias. Pero no por todas, y mientras tanto, seguirán siendo completamente firmes, austeros, correctos, desapasionados e inhumanos.
Perfectos en su ejecución pero fríos en su sentimiento, como un Satisfyer metálico en una mañana de invierno.
Muchos jueces necesitan, en suma, un puñetazo en la cara.