Probablemente la izquierda madrileña vuelva a perder las elecciones, a pesar de la valentía y de la habilidad táctica del gambito de Pablo Iglesias al abandonar nada menos que la vicepresidencia segunda del gobierno para volver a dar opciones a la izquierda en una partida que tenía dramáticamente perdida ante la convocatoria de elecciones anticipadas por parte de Isabel D. Ayuso. Sin embargo, la audacia del movimiento muestra las debilidades que busca paliar: si hay que recurrir a mover el rey es porque la pieza que estaba en el tablero, Isa Serra, carecía de fuerza para evitar la catástrofe posible de quedar fuera del parlamento autonómico. Si el PSOE se puede permitir presentar a un individuo tan inane como Gabilono y Podemos ha de usar la carta más alta ¿no es porque el voto socialista es mucho más firme que el podemita? ¿ no es un síntoma manifiesto de la debilidad estructural del edificio levantado primero, precisamente, en Madrid por Iglesias?
Pero este movimiento denuncia otra falta más: Iglesias sale del gobierno porque el desgaste constante de su esfuerzo por conseguir, hasta ahora sin apenas resultados, que el PSOE cumpla con los acuerdos firmados lo está pagando fundamentalmente UP con la desilusión de su propia gente: si Sanchez no puede hacer su política se debe más a la pandemia que a las restricciones de un programa pactado con otro partido. La reforma laboral, la ley mordaza, los alquileres, ni siquiera el voto rogado, nada de lo firmado se ha cumplido todavía, y a pesar de ello Iglesias había de sostener las buenas relaciones intergubernamentales porque carece de alternativas. Al menos fuera del gobierno recuperará cierta autonomía frente a Sanchez, magra ganancia.
Pero no es la huida táctica de Iglesias la que va a convertir Madrid en un territorio menos hostil para la izquierda.
Este rechazo no va a ser superado por el más brillante driblador porque es de naturaleza estructural, sociológica. No voy a volver a hablar de la ingeniería social muy hábilmente aplicada por el PP a la sociedad madrileña para convertirla en una sociedad permeable a la lluvia fina del discurso liberal, ya me referí a ello en este artículo:
www.meneame.net/m/Artículos/madrid-bien-vale-punica
madrileña es ya la de mayor PIB per cápita de todo el estado, miles de ciudadanos de otras comunidades y de otros países buscan hacerse un hueco en una economía dinámica, esto es conocido. Se ha creado una activa clase media que califican los sociólogos como aspiracional: los habitantes de los PAUs ( nuevos barrios del norte de la ciudad), o los de la corona suburbana de adosados a 20 o 30 km de la Puerta del sol “aspiran” a un buen nivel de vida a través de trabajos en el sector servicios, como autónomos o como pequeños empresarios. Miles de pequeños negocios, nacen y mueren cada año, cientos de empresas se reubican, contratan, abren o marchan. En una economía tan estrecha como la española la actividad madrileña es pura destrucción creativa. La importancia de estas nuevas clases aspiracionales va más allá de su número, son las que marcan el paso al resto de la sociedad, son las clases culturalmente hegemónicas.
Cuando a los intelectuales de la izquierda madrileña se les señala su escaso voto en esta capa de nuevos madrileños, la respuesta, no exenta de soberbia, es que estos nuevos grupos sociales son clases “wannabe”, del inglés “want to be”: aspirantes ingenuos a ser el siguiente Amancio Ortega que ignoran que sus posibilidades reales son irrisorias, que las grandes empresas y las buenas familias juegan con cartas marcadas y que su visión de cómo es el mundo empresarial es una construcción idealizada desde los medios liberales de educación y de prensa y desde la biografía personal; muchos se creen cercanos al éxito, pero muy pocos tienen posibilidades reales de ascenso social, al albur de un golpe de suerte, de contactos sociales o carreras profesionales que ya partan favorecidas por caros másteres en el extranjero y buenas conexiones.
Hay cierta verdad en esa antropología cínica de las nuevas clases medias madrileñas, es muy posible que muchos de ellos, al final, consuman sus años productivos en trabajos sobreexplotados sin compensaciones, o en quiebras de sus negocios, pero en su vida actual, en sus deseos y sus valores de ahora mismo, esos pronósticos no importan ni cuentan. Lo que sí les importa a estas personas es su deseo actual, sus esperanzas y sus ilusiones presentes, y lo que olvida la izquierda es que los valores de las personas, aquello que determina qué votan y por qué votan , está directamente conectado con la actividad efectiva, propia de cada día.
Dicho de otro modo, si tu esfuerzo desde que amanece hasta que vuelves a casa significa que crees en tu trabajo duro, en las oportunidades del mercado, si crees que tu sociedad es y debe ser un terreno de juego en el que el mérito y el fracaso tienen que ver con las ventajas que te da una sociedad abierta a la renovación y el cambio económico y tecnológico, tus valores implícitos o explícitos no pueden despegarse de ese comportamiento.
La derecha sí ha emitido un discurso político coherente con los valores subyacentes a esas nuevas clases medias y lo ha orientado en su provecho: se han hecho con la marca del discurso del emprendedor, de “la España que madruga”, se han declarado los defensores de los pequeños empresarios y autónomos, de sus valores de esfuerzo, riesgo y pragmatismo. El éxito ha sido evidente, barren a la izquierda en estos terrenos, y han sido capaces de convertir esta cáscara discursiva en un suelo de votos férreo. Y sin embargo debajo de esa cáscara las políticas económicas del PP han favorecido a los grandes empresas y oligopolios ,en detrimento de un mercado realmente abierto y equilibrado.
¿Y qué ha hecho la izquierda, mientras tanto ?¿qué ha ofrecido a estas nuevas clases madrileñas en constante mutación que tenga que ver con sus vidas reales, con sus valores implícitos? ¿Es lógico esperar a que estas personas se desencanten, fracasen o se sientan abusados en sus empleos para que entonces voten a partidos progresistas, a que sean capaces de elaborar la conexión en su conciencia entre sus desastres personales y las reglas impuestas desde los grandes poderes económicos? ¿Y si eso nunca ocurre? ¿En esto tienen que depositar sus esperanzas los partidos de izquierda para que cambie la marea? ¿Y para las clases medias que se libren del desclasamiento y el empobrecimiento no hay otra oferta que la del PP y Vox?
La izquierda no puede esperar que miles de trabajadores y autónomos realicen un sesudo ejercicio de reflexión sobre sus propias condiciones laborales y los condicionamientos del sistema neoliberal para entregarles su voto. Este se decidirá según viven aquí y ahora, de cómo trabajan y qué esperan conseguir con su trabajo.
La destrucción de miles de pequeños negocios por la expansión sin restricciones reales de las grandes tecnológicas como Amazon, Ali Express o Google, la carencia de protección de los pequeños hosteleros frente a la expansión de cadenas de restaurantes en manos de fondos de inversión internacionales en la ciudad de Madrid, las dificultades burocráticas y los costes administrativos de las pequeñas empresas, la realidad de un mercado trufado de ventajas y leyes favorables a grandes empresas etc, todo esto está casi ausente del discurso de la izquierda. En gran parte debido al desagrado, al rechazo visceral que la actividad empresarial privada provoca en los ideólogos de la izquierda tradicional.
El famoso asunto del chalet de Pablo Iglesias es sintomático de esta ceguera. El problema no fue su muy humano y compartible deseo de vivir en el mejor sitio que se pueda permitir con su familia, sino su desdén previo, en una conocida entrevista televisiva “a quienes se aíslan en urbanizaciones privadas”. El error no es vivir, o desear vivir en un chalet estupendo en un entorno agradable, el error es menospreciar a quienes viven o tienen ese deseo. El éxito se ha convertido en un producto exclusivo de la estanteria de la derecha, por eso la derecha se indigna ante el chalet, por eso la izquierda tiene dificultades con el chalet.
El deseo común, como el sentido común, es de derechas, al menos tal como está constituido en nuestra sociedad; esto requiere otro artículo para ser explicado, pero al menos ahora, la izquierda podría evitar empeorar sus opciones.
Desaparecida la clase obrera industrial por el cambio de modelo económico, la izquierda no puede confiar exclusivamente en los votos de aquellos perdedores condenados a ser expulsados por el sistema, o en los jóvenes precarizados, porque ese voto, tan proclive a la abstención, nunca será suficiente para expulsar a la derecha del poder. La izquierda puede intentar paliar sus falta de agarre en los valores ipropios de las clases medias con dosis de feminismo o ecologismo, pero eso nunca será suficiente, porque el hombre es lo que come ( decía Feuerbach, citado por Marx). Es decir, el hombre es de lo que come.
En fin, en la izquierda madrileña alguien debería ser consciente de que no le basta con el voto de los herederos del 15M, que solo una alianza política inter-clases tiene posibilidades de ganar Madrid, y que para ganar esa alianza no se puede estar ciego y sordo a las necesidades prácticas y a las esperanzas de quienes son los grupos sociales que han construido esta particular naturaleza de la sociedad madrileña.
El 4 de mayo, sospecho que esta lección, una vez más, seguirá sin ser escuchada.