Hablábamos hoy en otro hilo de que el suicidio es a día de hoy la principal causa de muerte no natural, muy por encima de accidentes, homicidios, etc, y discutíamos si la raíz de este mal se encuentra en enfermedades mentales, soledad o problemas sociales y económicos.
Cada cual, según su opinión y su experiencia, opinaba que una causa estaba por delante de las otras, pero muchos coincidían en señalar el abandono social,y los problemas económicos como causa más habitual: gente que lo pierde todo, se ve en la miseria, y prefiere acabar con su propia vida antes de pasear por la vergüenza y el sufrimiento de la mendicidad y la miseria.
Para los problemas psicológicos y la soledad no conozco soluciones, pero para los problemas socioeconómicos, conocía hace años una solución que, por extraña y anacrónica, no deja de ser funcional.
Sé que os sonará a chiste a unos cuantos, pero quiero contarla por si ayuda a alguien. Y lo cierto es que, con que ayude a una sola persona a evitar el suicidio, daré por amortizado, de un golpe, mi paso por Menéame.
El caso que conozco fue el de un hombre, hace menos de diez años. No diré ni fecha, ni lugar, ni detallaré mas circunstancias que el hecho de que primero quebró su empresa, luego su mujer lo dejó y, por distintas razones, acabó en la calle. En la puta calle.
Tras un corto recorrido por albergues y demás entidades de caridad, un día intentó suicidarse y lo salvaron por poco. Tampoco merecen aquí la pena los detalles.
Y luego alguien le habló de un monasterio donde sólo quedaban cinco frailes y estaban desesperados pro salvar su comunidad. Un sitio en el quinto pino, con su huerta, sus pequeñas artesanías, sus maitines, vísperas y completas. Una comunidad monástica agonizante, pero viva aún.
Y esta persona lo pensó, habló con alguien de la orden, y se mostró interesado a unirse a la comunidad en calidad de novicio, si tenían a bien aceptarlo. Ofrecía sus manos, la voluntad de empezar otra vida y la determinación de cumplir con los tres votos. El de pobreza no le iba a costar una mierda cumplirlo. El de castidad, tampoco y el de obediencia lo estaba aprendiendo al dedillo en las instituciones de benficencia. No tenía antecedentes y hubo incluso quién habló a su favor.
¿Y sabéis qué pasó? Que se hizo fraile. Que existen aún sitios donde quien quiere vivir con una azada , retirado del mundo, tiene un sitio. da igual si es hombre o mujer, si sabe hacer muchas cosas pocas: los conventos aún existen y necesitan gente para no desaparecer.
No son, desde luego, el sitio más animado del mundo, pero no estamos hablando de una solución maravillosa, sino de una salida para alguien que está pensando en quitarse la vida. Y esa salida, funciona.
La persona de la que hablo estuvo allí varios años y luego, por razones diversas, dio otra orientación a su vida. Una ayuda, una pequeña herencia, una reconciliación con los hijos... Lo que fuese.
El caso es que a día de hoy sigue pendiente de si hay que retejar el portal del monasterio, porque si no lo hago yo quién lo va a hacer, de si hay que comprar semillas para el huerto o de si hay que hacer esto o lo otro. Ha rehecho, mal que bien, su vida pero no pierde hilo de lo que pasa intramuros. Porque allí está su gente.
Trabajó mucho, encontró sosiego, se vio a sí mismo, incrédulo, cantado en latín y capeó el temporal.
Si tiene feo es ateo, ni se lo he preguntado. Y algo me dice que los frailes tampoco insistieron mucho en el tema.
Parece una salida absurda, pero es real. Conviene tenerla en cuenta.