"Es curioso, bueno, no es curioso...es atroz que los americanos necesitemos la guerra, una circunstancia que saca la peor parte del ser humano, para entender que también somos capaces de lo mejor", decía Stephen Ambrose, creador de Hermanos de Sangre.
Spielberg, que está detrás de esta producción, decía que era muy sencillo hacer películas sobre la 2ª Guerra Mundial y claro, identificarse con ellas. Probablemente, esta fue la única guerra “justificable” y también fue aquella en que los Estados Unidos no combatieron para imponer sus ideas, como han hecho siempre, sino para defenderlas.
Al hablar de Salvar al Soldado Ryan, Spielberg definió ese paradigma: los EEUU tomaron una posición de defensa tras Pearl Harbor o dicho de otro modo, estaban en una situación superioridad moral frente al nazismo. Posición que, en muchos casos, les llevó a minusvalorar la del resto de aliados y a extenderla a otras guerras que eran cualquier cosa menos morales.
Sobre la inmoralidad de las guerras y más concretamente de las estadounidenses, profundizó como nadie David Simon (The Wire) con su extraordinaria Generation Kill, probablemente la segunda mejor serie bélica que se ha hecho jamás, centrada en la más reciente Guerra de Irak. Simon crea personajes fríos, pétreos, robóticos, que, impulsados por un incuestionable patriotismo, se niegan cuestionarse qué hacen allí.
La última secuencia de Generation Kill en el que los marines, aún en campaña pero con la guerra ya terminada, salen hastiados y rotos de la proyección de un vídeo sobre toda su estancia en Irak grabada por un compañero a lo largo de varios años, es una de las reflexiones más hermosas que se ha hecho jamás, no solo sobre la guerra, sino sobre la idiosincrasia de un país.
Diversos directores como Kubrick, Kurosawa o Wyler crearon grandes cimas del cine antibelicista desde muy diversos ángulos: la relación siamesa entre el honor militar y la hipocresía jerárquica, el mal entendido patriotismo o llana y sencillamente, el horror de no saber, ni tan siquiera, por qué se combate (Sin novedad en el Frente).
La peculiaridad de Hermanos de Sangre es que nos habla del sinsentido absoluto de una guerra partiendo de una disrupción infranqueable: la Segunda Guerra Mundial fue la única guerra que no se pudo evitar, aquella que no cumplió el mantra de “dos no se pelean si uno no quiere”. La heroicidad era tan loable como inevitable.Era muy complicado escribir una serie que no cayese en lugares comunes y que se limitase a transmitir el espanto del frente sin permitir al espectador hacerse preguntas. Las hay. Y las respuestas llegan poco a poco. Algunas de forma previsible. Otras no tanto.
Pero Tom Hanks y el maravilloso equipo de guionistas con que contó esta superproducción no esquiva las debilidades humanas del ejército estadounidense: justicieros, ladrones, cobardes, idiotas, excesos de autoridad, enchufes…y las sazona con la responsabilidad, la valentía y el sentido del deber de un ejército que luchaba por salvar al mundo y no a su país.
La serie se llena de grises, de fragilidad, de imperfección y es ahí donde, precisamente, se torna casi perfecta. La trama es un tablero donde hay claramente negras (el mal) y blancas (el bien) y nosotros vemos de primera mano el día a día de las blancas. En Hermanos de Sangre descubrimos que hay peones negros pintados de blancos, e incluso alfiles y reyes. Y que se juegan muchas pequeñas partidas con la gran partida de fondo en la que también mueren soldados que nunca debieron morir.
Huelga decir que si a esa coherencia e integridad moral le añadimos una cuidada ambientación y escenas de un realismo que poco tienen que envidiar al Día D de Salvar al Soldado Ryan, nos quedamos sin razones, amemos o no el género bélico para no ver esta maravilla.
Pero hay más. Hermanos de Sangre supera ampliamente a la obra en la que se basa, “Hermanos de Sangre, de Normandía al Nido del Águila” de Stephen Ambrose. Una obra menor, en realidad, con ciertos tics patrióticos que Spielberg y Hanks logran solventar con maravilloso talento e inteligencia.
Las palabras de Tom Hanks al hablar de la serie, son la mejor explicación: “"Creo que Estados Unidos era un país completamente diferente, con una clara noción del papel del Estado en el bienestar de la gente, merced a una Gran Depresión que hizo entender a toda una generación la importancia de la solidaridad social. Todo eso, o lo que quedaba de ello, se perdió con Nixon y Reagan y la libertad individual se convirtió en la esencia del patriotismo estadounidense. Ser americano pasó de ser una idiosincrasia social a una batalla continua e individualista"
Esta reflexión de Hanks tiene una especial importancia porque revela, como luego apostillaría el propio Spielberg, que “el imperialismo estadounidense comienza el mismo día que Japón se rinde y acaba la guerra”. Toda la honestidad que llevó a millones de estadounidenses y rusos a alistarse, pasó a convertirse, en cuestión de horas, en una rivalidad que estaría a punto de acabar con el planeta.
La bondad, el sentido común, la honestidad, la lealtad, y todos esos mismos valores que en esta serie tienen sentido y no suenan impsotados, ni patrioteros, ni moralizantes y con los que empatizas plenamente, se tornan en cualidades tétricas y falsas que te repugnan en Generation Kill o La Chaqueta Metálica. Y es normal que así sea.
Y sí, Hermanos de Sangre crea caminos sencillísimos, cuesta abajo, para llegar a conectar plenamente con personajes con un carisma arrollador. Damian Lewis, Ron Livingston, James Madio, Eion Bailey, Neal McDonough…
…pero el gran mérito de Hermanos de Sangre y la razón esencial por la que hay que verla es porque logra transmitir el escasísimo valor de la vida de cada peón en el tablero inmenso de un horror y en cómo la historia se construyó, se construye y se seguirá construyendo sobre el olvido universal de millones y millones de inocentes anónimos y muertos.
Cada capítulo termina con los testimonios de los personajes reales. Ancianos octo y nonagenarios que dan una nueva dimensión al relato. Patriotas y menos patriotas, valientes y asustados, tranquilos y traumados, pero hay algo, sobre todo en el capítulo final, un aroma, un rumor durísimo.
El hecho incontestable de que el sinsentido y lo que impulsa una guerra, lo mejor y lo peor del combate, nace del mismo leitmotiv: no importa por qué se combate, lo importante es que nos tenemos los unos a los otros.
De hecho, la secuencia final de Hermanos de Sangre es un emotivo testimonio de un ex combatiente que habla sobre una pregunta que le hizo su nieto: “Abuelo, ¿fuiste un héroe en la guerra?”. A lo que el abuelo contesta: “No. Pero serví en una compañía de héroes”.
Un final perfecto que Kubrick definió de forma similar al hablar de Senderos de Guerra: “Alemanes y franceses, todos eran niños asustados. Da igual en qué bando combatas, la guerra es el único infierno que muestra al hombre la esencia más humana de la amistad, un infierno que una vez pasado, uno solo quiere olvidar”.
Y eso explica lo que costó a Hanks y Ambrose lograr los testimonios de los combatientes que protagonizan la serie. Carwood Limpton, uno de los supervivientes explica esa reticencia de una forma que traslada a la perfección, el espíritu de la mejor serie de la historia.
“Solo a quien no participa en una guerra le gusta hablar de quién ganó y quién perdió. Probablemente porque nadie como los que combatimos podemos entender que ninguna guerra, ni tan siquiera esta, tiene sentido. La gane quien la gane, una guerra solo es dolor, horror y pérdida”.