Hasta con el coronavirus hay clases

-Se han suspendido los dos plenos jurisdiccionales que el Tribunal Constitucional tenía previstos para hoy por el “riesgo de contagio” entre los magistrados y el personal al servicio del Tribunal (pues el ciudadano de la calle raramente entra en su sede, ya que los recursos presentados ante el Constitucional se resuelven en la generalidad de los casos sin vista).

-Simultáneamente, el Consejo General del Poder Judicial ha descartado suspender la actividad judicial ni siquiera en las ciudades más afectadas. Un amigo de Madrid me contaba que en los juzgados de primera instancia donde le tocó celebrar una vista, había decenas de ciudadanos esperando su turno en los bancos del pasillo, hacinados y parte de ellos con mascarillas.

-La actividad de Congreso de los Diputados y Senado se suspende hasta nuevo aviso, porque los 350 diputados podrían contagiarse entre sí. Mientras tanto, el currante medio madrileño tiene que seguir emulando a las sardinas enlatadas al coger el metro que le llevará a su trabajo, interactuando durante ese proceso con centenares de personas en un espacio hiperreducido. Ello aparte de toda la gente que entrará y saldrá de su oficina o fábrica durante el día, pasando al menos 8 horas diarias con él en las zonas comunes. Y en el resto del país, a pesar de la multiplicación exponencial de los casos, los niños y jóvenes seguirán apretujándose en aulas masificadas.

Indudablemente, hasta con el coronavirus hay clases. Los que están arriba tienen toda la razón para aislarse y suspender sus actividades cotidianas pese a que impliquen un riesgo muy inferior de contagio que las del ciudadano medio, que deberá seguir al pie del cañón hasta que tengamos el volumen de contagios de Italia y, sólo entonces, nuestros mandamases se planteen dar algo de tregua al ganado y suspender la actividad judicial (como se ha hecho en Italia hace ya días) o educativa, así como tomar medidas reales para proteger a las legiones de currantes que multiplican el virus cada vez que cogen el metro o el autobús para ir al tajo.

Me indigna la falta de medidas para evitar la pandemia. Pero me indigna igualmente que quienes cortan el bacalao se las apliquen a sí mismos mientras se las niegan al currante que les paga el sueldo oficial con sus impuestos.