El amor es una danza torpe pero con encanto. Pretende más de lo que propone, y aun así se alza.
Roberto y Sara llevan poco en su relación. Los rostros inexpertos se delatan por esa constante preocupación en cada acto que realizan, ocultos tras ropajes vistosos. Ojos inquietos y sonrisas que no terminan de serlo: el amor primerizo es hermoso, o así opinan los demás, los que no están enamorados.
Para quienes lo viven, es tortura entre ensueños. “Qué dirá, qué hará, dónde andará...” Constantes preguntas afirmativas y monólogos de un infierno en verdad inofensivo. Forma parte del ritual, del quererse a pesar de las consecuencias.
Los novios pasean por un palmeral. Como su amor es inmenso, suelen pasear por lugares esplendidos, únicos, lugares acordes al brillo de sus dos mundos colisionados en armonía. Se miran de reojo, sostienen la sonrisa y mantienen un andar lento, elegante. En ocasiones se agarran de la mano, se la sueltan, se cogen del brazo y en otras alrededor de los hombros. Qué atrevido ese día Roberto, agarrando por la cintura. Sara está que crea el ritmo más rápido con el corazón.
Bendito sea el amor. Unos ancianos ríen al fondo.
Los enamorados se sientan en un banco. Imaginan enfrente atardeceres en sucesión. Se escucha algún pájaro y hay una brisa tímida, a juzgar por la hierba mecida en silencio. Roberto imagina que tiene allí su mano entre briznas, y acaricia de un modo lento, preciso, como lo hace cuando toca el pelo de Sara.
─ Tengo dudas.
Es lo que dice Roberto. Sigue absorto, disfrutando de la burbuja aislante que crean cuando están juntos.
─ ¿A qué te refieres?
El momento es embelesador, y la hace olvidar el sentido de la frase que ella misma ha dicho.
─ Roberto, ¿a qué te refieres?
─ A lo nuestro.
Guillotina de realidad. Sangre. Sara enmudece e insiste en mirar al frente, convencida que allí delante hay algo mágico, un paisaje sobrenatural. Lo fuerza. Pero sólo hay palmeras y más palmeras. Se está hartando de tantas...
Risa de ancianos.
La pareja observa cómo por un camino que cruza el terreno hasta el fondo del ensueño, caminan lentos, agarrados y sonrientes dos ancianos. Un hombre calvo, encorvado; ella fuerte y pensativa. Ambos llevan gafas. Parece que lo sepan todo. Pero todo.
Los jóvenes siguen observando. La brisa se ha curado de la mudez.
Es en eso, que los ancianos se miran y, sin decirse nada, se colocan uno frente al otro y se agarran. Comienzan a bailar. Los pájaros lo aprueban.
Roberto y Sara son estatuas. Poco a poco comparten esa diversión. Se agarran de la mano y sonríen de una manera tan natural como el lugar que les rodea.
Los ancianos bailan, disfrutan de la existencia. Los ancianos han hallado algún tipo de secreto que celebrar. Se quieren, y eso es lo que siempre ha hecho girar al mundo. A su vez, todo gira a su alrededor y se transforma.
Se detienen conforme emanan más risas. Parecen tan cómplices, unidos por tantos hilos invisibles que sería imposible contarlos. Son uña y carne, olas y mar. Una fusión propia del destino. Dejan de reír y mantienen una sonrisa mutua. Continúan pisando el camino. No hay prisa, en el amor nunca debería haberla.
Los jóvenes siguen observando. Se sienten descarados, pero la curiosidad puede. Cuando el paisaje ha engullido a los ancianos, Roberto mira a Sara y con eso lo dice todo. Si has estado enamorado sabes a qué me refiero. Se besan. Lo demás no importa. Que le den a cualquier destino nefasto, que se queden con su pesimismo. Viva el amor. Viva ellos.
─
Los ancianos llevan más de una hora caminando. Su querer mutuo les da un bucle de energía. Se detienen y miran alrededor. No se ve a nadie. El hombre mira su muñeca hacia el reloj. Comienza a pulsar y es entonces que ambas personas comienzan a evaporarse. Se desvanecen, lo más seguro que de vuelta a su verdadera época. Ese viaje ha estado muy bien, sobre todo para recordar qué relucientes parecían ellos mismos de jóvenes. Ese recuerdo vivo los animó a bailar, a dar una lección a esos yoes pasados y de paso a todos los jóvenes ingenuos del mundo. Pues sólo se necesita una cosa...
Un pájaro se posa sobre un banco ya vacío. La luz parece más resplandeciente que hace unos minutos.