Me veo abocado a digerir, por enésima vez, el fracaso de una campaña, condenada por el diagnóstico de un cliente que nada, absolutamente nada, sabe de marketing, ni diseño. En este caso, un alto puesto político, incompetente y obtuso que, acompañado por un número tan indeterminado como inexplicable de personas, ha mostrado una alarmante incapacidad de entender una serie de mensajes que no iban destinados en modo alguno a un público de su edad.
Ipso facto me ha llegado el recuerdo de aquella anécdota que contaba Fernando Fernán Gómez en la introducción de sus memorias, "El tiempo amarillo", cuando fue a presentar su película al ya socialista ministerio de Cultura, en la búsqueda de apoyo económico y esta fue visionada hasta por la recepcionista, para posteriormente ser rechazada.
Este fracaso subvencional, uno de tantos, sentó especialmente mal a Fernán Gómez, que descubrió, de golpe, que no debíamos atribuir al franquismo, algo que es intrínseco a lo español. Nunca hemos respetado el trabajo creativo, porque nunca hemos creído en el poder de la creatividad y menos del arte, y por eso somos y seremos lo que siempre hemos sido: un país que es incapaz de ser pionero en algo y que solo descubre el brillo de lo rupturista cuando lo ve ya, pasado de moda, en obras, artilugios o labios de esos países que envidia (odia, aquí es lo mismo) todo españolete.
Más de una vez y más de cinco, he presentado a clientes campañas que han sido rechazadas debido a su cariz, digámoslo así, "atrevido". Años después ese mismo cliente te contaba que había visto tal y cual campaña en Barcelona o Nueva York, campaña que seguía los mismos canones que lo que le presentaste en el pasado, para acto seguido preguntarte por qué nunca le presentabas cosas así. Naturalmente eso que rechazó y que ahora le gustaba, ya estaba más pasado que la lambada y tú tenías que morderte los labios para no mandarlo a la mierda después de cagarle en su mesa un buen ñordo maloliente.
Es agotador. Vivir rodeado de tantos vanidosos, de esa falta de madurez y de honestidad ética y laboral, de esa presunción de que por ser concejal, consejero o dueño de una empresa puedes verter palabras que van siempre a misa sobre cualquier decisión independientemente que no estés ni remotamente cerca de tener ni putísima idea sobre aquello sobre lo que pontificas. Y lo que es peor, pensar que en muchos casos, nuestras vidas y nuestro futuro está en sus manos. Y que esto no solo pasa en mi sector, sino que ocurre, prácticamente, en la totalidad de los procesos económicos y administrativos de este insufrible país.
Ante tanta mediocridad y falta de respeto, estoy generalmente vetado para las reuniones con organismos oficiales. Mis jefes rara vez me llevan, supongo que porque temen que me dé por anteponer el escaso respeto que siento por mi profesión al escasísimo respeto que siento por la clase política y empresarial de este país. Pero si se da la ocasión, voy a hacerme una camiseta para llevarla en mi reencuentro con alguna de esas turbas de semisubnormales, con un eslogan en el que pueda leerse claramente: “ESPAÑA, UN MILENIO A LA VANGUARDIA DE LA RETAGUARDIA”.