Hoy está nublado en Murcia, y se dice que en breve comenzará a llover, durando por lo menos hasta el domingo. Personalmente lo estoy deseando, no sólo por el milagro que implica la lluvia en esta región desertizada, sino porque me va a librar de despertarme forzosamente a las 7 de la madrugada con la procesión de mañana, así como de tener que sumergirme en una masa humana si quiero pasear al mediodía.
En efecto, odio las aglomeraciones, el ruido y el gregarismo. No soporto hacer cola en el restaurante de moda cuando hay otro donde te dan de comer igual de bien, más barato y sin esperar. Me encanta moverme con libertad sin tener que pegar un codazo al prójimo cada vez que intento rascarme. Me encanta hablar sin tener que gritar por culpa del ruido. Me encanta circular a mi velocidad normal sin tener que pararme cada dos segundos para no chocarme con el de al lado. Y creo que a todos los lectores de este artículo también, aunque algunos no lo sepan.
Toda persona que hoy se machaca los pulmones con el tabaco, sintió una mezcla de asco y tos tras darle la primera calada a un cigarrillo. Pero no hizo caso a su instinto y siguió fumando hasta contradecir su propia naturaleza (que le indicaba que eso que se metía era malo) y volverse adicto.
Toda persona que se despertó con resaca tras su primera borrachera se dijo a sí misma "no vuelvo a beber más" debido al brutal malestar con el que su cuerpo le decía que lo que estaba haciendo dañaba su hígado y sus neuronas. Pero no hizo caso de su instinto y siguió bebiendo excesivamente en noches posteriores.
Toda persona que entró en una discoteca de las que ponen la música a tropecientos decibelios, sintió un dolor de oídos considerable, pero no se fue porque le dijeron que ya se acostumbraría. No hizo caso a su instinto y, en no pocos casos, hoy lo lamenta por la notable pérdida auditiva que ha experimentado debido a sus malos hábitos.
Toda persona que se sintió estúpida por hacer cosas ilógicas simplemente porque estaban de moda (véanse las colas infinitas para ir al local más cool, el gastarse una millonada en un vestido o traje de cierta marca o el hacinarse en una playa superpoblada cuando hay otra a pocos kilómetros bastante desierta), tuvo la idea de seguir su instinto y hacer lo más razonable independientemente de lo que hicieran los demás. Pero no le hizo caso y acabó aborregada perdida, sustituyendo su criterio por patrones impuestos desde fuera.
Y es que la inmensa mayoría de nuestros males físicos y espirituales nacen de que, en algún momento de nuestra vida, dejamos de seguir nuestro instinto cuando nos alertaba de que algo no era bueno para nosotros. Escuchamos voces externas y las seguimos escuchando hasta embrutecernos, alienarnos y volvernos rebaño. A ver si el dulce sonido de la lluvia nos hace reflexionar algo en Murcia y en tantos otros sitios que serán bendecidos con ella.