Hay que ser ruso para escribir esto y quedarse tan ancho, pero loe hermanos Strugatski lo eran, así que no pasa nada: "la vida es una enfermedad de la materia. El pensamiento es una enfermedad de la vida".
He ahí el problema original.
La enfermedad no es una anomalía, sino el origen de todo, y en nuestra capacidad para aceptarlo reside la diferencia entre vivir y simplemente pasar por el mundo.
Si contemplamos al Hombre como se contempla a una lechuga, en términos de salud y productividad, tendremos un mundo de lechugas, pero nada que valiese la pena ser contado dejaron las generaciones de lechugas que pasaron por mi huerto.
El empeño actual pasa por prolongar la vida. Bien está. Nadie quiere morirse. O estaría bien si fuese cierto, pero que la realidad es que todos nuestros intentos se dirigen más bien a posponer la muerte, que no es lo mismo. Prolongar la vida significaría vivirla, buscar su plenitud, aprovechar las horas y combatir el vacío de las horas inanes, sin fines y sin calor. Posponer la muerte sólo es un tropismo de bacteria.
La ciencia ha triunfado. Pues que sea enhorabuena. Mejor eso que la religión, por supuesto, pero su triunfo parece haber creado una especie de hombre afantasmado, un ser al que le sobra luz pero le falta fuego.
Nos hemos convertido en constructores de barcos que odian el mar.
Pues para semejante empeño, a la mierda el astillero.