Acaba de terminar el discurso de un hombre que, pese a defecar y orinar como los demás homo sapiens de esto que llamamos España, se hace llamar Rey (así, con mayúsculas) por derecho seminal de su padre, al que nombró un dictador llamado Francisco Franco como sucesor.
No salgo de mi asombro ante lo que acabo de escuchar. Lejos del talante conciliador del rey emérito, este rey acaba de defender su cortijo amparándose hipócritamente en palabras que resuenan huecas e insultantes en su boca de privilegiado. "Democracia", pero a él nadie lo ha votado; "estado de derecho", pero estamos gobernados por corruptos y franquistas palmarios; "igualdad ante la ley", pero su familia, el compi yogui de su mujer y muchos otros de su círculo la pervierten constantemente.
¿Qué espera que haga el pueblo catalán? ¿Agachar la cerviz y obedecer como hacían los súbditos de sus antepasados? El pueblo catalán seguirá anhelando lo que legítimamente anhela: decidir libre y democráticamente la cuestión que ha surgido en su sociedad y que los ha interpelado y movilizado masivamente.
Felipe VI, el preparado, parece que no ha entendido que las constituciones no son cadenas con las que someter al pueblo, sino un instrumento útil con que este se dota temporalmente para su vida en comunidad. De acuerdo a la teoría política que fundamenta la mayor parte de democracias liberales en el mundo, el pueblo de Cataluña ha activado su poder constituyente como sujeto colectivo con identidad propia que reclama su soberanía. En este proceso, el pueblo demanda un referéndum para ver si realmente los deseos de elaborar una constitución propia son mayoría o si, por el contrario, hay una mayoría de personas que sigue sintiéndose reconocida bajo la constitución existente en España. Este poder constituyente es democrático, prejurídico y legítimo, pues es el pueblo mismo, en virtud de la libre voluntad de los individuos que lo componen, el único sujeto que puede crear o suprimir constituciones y desarrollar o anular las instituciones y leyes que él considere. La democracia no es un privilegio concedido por reyes que no han sido votados, sino el sistema político que emana del derecho natural de los individuos reunidos en un pueblo que se autorreconoce como comunidad política. Es la encarnación de la libertad individual y su respeto mutuo... Ningún rey ni ningún potentado podrá nunca arrogarse la legitimidad última que pertenece al pueblo y solo al pueblo. Tal es la teoría que fundamenta al estado liberal, ignorada interesadamente por aquellos que usan las constituciones para someter a los pueblos y tenerlos como rehenes de su arbitrariedad hipócrita.