Alcaldes astronautas, aprendices de brujo que se cartean con Scorsese y Spielberg, expresidiarios renacentistas...dotan de color, tono y sentido a un pueblo en los confines del mundo en el que un doctor neoyorquino tiene que comenzar una vida.
"No parece ocurrir nada, pero está ocurriendo todo" decía Diane Frolov, guionista de Los Soprano y de esta maravillosa rareza llamada Doctor en Alaska.
Y es tal que así, porque tras superar un lapso de 15-20 minutos en los que casi abandonas la serie, te encuentras con que estás en el tercer capítulo, perdidamente enamorado de una entrañable sensación.
Doctor en Alaska es como estar dentro de ese recuerdo al que siempre regresas para tranquilizarte en momentos de alta tensión, un tono, una luz, una calidez amniótica que no sabes muy bien cómo explicar y, lo que es más curioso, explicarte. Un lugar al que al principio, como adolescente, habrías jurado no visitar ni por todo el oro del mundo y que acaba enfrentándote, por primera vez en tu vida, con esos prejuicios que siempre enarbolaron lo frenético, la prisa y el vértigo como únicos caminos posibles hacia la diversión y el placer.
Actualmente, la serie de Josuah Brand sigue utilizándose en Canadá y Estados Unidos como herramienta contextual de terapia contra la depresión. No os asustéis, que nada tienen que ver las andanzas del Doctor Fleischman con la autoayuda y la espiritualidad. Su poder curativo es probado e indudable, no hay trampa ni cartón, pero también tiene algo mágico ("realismo mágico en Cicely", decía Carlos Boyero), algo que escapa a cualquier explicación racional.
Puede que tenga algo que ver con que todo es sencillo, o mejor dicho pequeño en esa aldea de Alaska: la barra del Brick, el pueblo, los personajes, la rutina, el paso del tiempo, pero también con que "lo único" grande de Doctor en Alaska es lo que ocurre en el interior del espectador. Tan grande que no lo puedes olvidar jamás.
Recuerdo aquellos veranos en los que me despertaba de madrugada para verla en TVE. Siempre maltratada, reservada para unos pocos locos insomnes que la disfrutábamos incluso con aquel doblaje lánguido al que terminabas por coger cariño. Muchas veces era complicado seguirla porque TVE no respetaba el orden de los capítulos. Y la trama tiene cierta importancia en Doctor en Alaska, claro que la tiene, pero la serie es tan especial, que, independientemente de que fueses incapaz de ligar los sucesos, cada capítulo conectaba contigo, con una complejidad inversamente proporcional a la sencillez de sus diálogos, escenas y argumentos.
Decía Greg Daniels (Los Simpsons, The Office), tras la emisión del capítulo final que "Doctor en Alaska no es solo otra oda a las pequeñas cosas. Es una serie que no cambiará tu vida, o mucho mejor dicho, que no te darás cuenta de que lo ha hecho hasta que comprendas que nunca volverás a ver algo parecido".
Hoy se estrena esa oda a las pequeñas cosas en cierta plataforma, pero una de esas que hace nuestra vida más grande. No os la perdáis.