Un día, la gente comenzó a desaparecer. Un viejo, una madre, un paseante, sin patrón ni defensa conocida. Simplemente se zambullían en el mar , tomaban una ducha, o se rellenaban un vaso en su cocina y nunca se les volvía a ver. Algo ocurrió: la gente se hizo soluble al agua. Una lluviosa tarde de tormenta o el cruce azaroso con un aspersor de un parque y el cuerpo se volatilizaba en millones de gotitas y un fina arenilla de carbono.
Más tarde se acusó a un laboratorio chino, aunque las redes difundieron un video sobre un tratamiento experimental de una poderosa nación para acabar con la necesidad de beber de sus soldados, que solían invadir paises desérticos o calurosos, en el que se denunciaba que el atroz invento había descarrilado y escapado más allá del Pentágono.
Irrefrenable como el descenso de una roca, la humanidad comenzó a disolverse porque aunque la sed desapareció los hombres y las mujeres seguían enamorados del mar, se veían sorprendidos por chaparrones o añoraban la humedad sobre la piel, el cuenco de las manos acogiendo el frescor antes de arrojarlo sobre la cara. Los gobiernos fabricaron y distribuyeron miles de millones mascarillas hidrófugas, atuendos impermeables , paraguas, gabardinas, pero cada día alguien no podía resistirse a un fuente solitaria, a abrir una ventana a la lluvia. Las olas de los océanos arrastraban a cada embate arena y almas que se fusionaban, sin dolor y sin recuerdos , con el agua.
Al cabo del tiempo, en cada continente, apenas un puñado de seres humanos sobrevivió. Por azar, o por una rareza genética que nunca se pudo dilucidar eran inmunes a la disolución. Sólo ellos pudieron volver a nadar incólumes. Su pulmones se ensancharon, sus manos trabaron un delicado tejido translúcido entre los dedos. Y cada vez más tiempo, como cetáceos, cambiaron las tierras ahora vacías de hombres por una vida bajo el mar. Se zambulleron cada día, intrigados por un ansia de algo que desconocían, porque en las aguas se disolvieron también el recuerdo de quienes fueron sus hijos, sus padres, sus semejantes. Vivieron, felices como nutrias salvajes, pero sólo les quedó, viento, silencio y presente.