Estoy leyendo el libro La Guerra del Arte de Steven Pressfield. Me gusta el enfoque de cómo ve el proceso creativo, basado en un enfrentamiento hacia una constante resistencia, donde su máxima representación es la procrastinación. No me gusta sin embargo ese tono inconsciente del libro que tan de moda está, que resulta en una auto-explotación. Hoy en día todo el mundo es polifacético, polímata, politodo, y se termina quemado sin ser nada. Un producto de la sociedad del cansancio (que diría Byung-Chul Han) donde hay que producir, siendo nuestro propio capataz.
Mis pensamientos saltan y, ahora que tengo otra madurez o perspectiva, analizo y me percato de esas personas que conozco que se notan amargadas, o que con el tiempo parecen más afectadas en general por la vida. Por días también me siento de ese modo, y no puedo evitar relacionarlo con el hecho de no estar cumpliendo mis objetivos, lo que en un pasado llamábamos sueños.
Recuerdo una época en la que escribía y leía mucho. Estaba en paro y ocupaba el tiempo en este proceso creativo. No me costaba ponerme a ello, lo disfrutaba aunque surgiesen adversidades. No pensaba, me dejaba llevar por la corriente creativa. Fue comenzar a trabajar que terminó ese periodo, escribiendo desde entonces en ocasiones, ya nunca de forma constante.
Sin embargo ahí permanece, esa sensación de querer sentarme durante días y días, de tener la rutina del escritor profesional aunque no me gane la vida con ello. No se va, permanece años después, y me pregunto, ¿por qué? ¿Por qué necesito lo creativo? ¿Para no acabar loco por el día a día laboral? ¿Me está trastocando "no seguir cumpliendo mis sueños"?
Es por ello que os pregunto, ¿seguís teniendo en mente objetivos que deseáis cumplir? ¿Tenéis actividades creativas que de vez en cuando realizáis o, más importante, las queréis llevar a cabo pero nunca encontráis el momento?
Ese deseo de realización con respecto a lo que creamos, ¿es genuino o nos fue impuesto?
¿O es una necesidad de aceptación?
La vida adulta nos aleja de lo que fuimos de jóvenes. No es lo mismo que madurar, ojo, porque uno puede seguir siendo ese joven ingenuo pero con las responsabilidades de un adulto. Ahí comienzan ciertas patologías. Esa contracorriente contra nosotros mismos por hacer lo que deseamos contra lo que debemos. Uno forma una familia, por ejemplo, y pasan los días sin que la responsabilidad cese. De mientras, la guitarra dentro de su funda permanece en el cuarto de los trastos. La miras de vez en cuando y te dices de tocarla un rato, que seguro recuerdas algunas canciones. Estaría bien. Te entretienes con otras cosas y la guitarra permanece en su sitio sagrado del cuarto. Se va haciendo mella en la voluntad.
Amamos a nuestra familia, pero son un “obstáculo” en nuestros objetivos, sueños, delirios de grandeza creativa. Nos sacrificamos por ellos. Los vemos crecer y es un orgullo, ¿pero qué hay de nosotros? nos decimos, y se agrieta un poco más el carácter.
El joven sigue ahí. Aún desea mostrarse al mundo, sabe que lo creativo es terapéutico. Conoce bien la teoría, puede hablar de ello durante horas. Pero no lo pone en práctica. Se dice cada día que se pondrá a escribir, a tocar música, a mejorar cocinando, a dibujar... Que una vez comience la rutina será automática, que arrancará y ya no parará. No sucede, seguimos con el móvil, viendo la tele, esperando la hora de dormir porque mañana hay que madrugar.
¿Porqué buscamos obstáculos por nuestra cuenta para no seguir trabajando en nosotros mismos? Parece como si todo lo que a la larga nos fuese a hacer bien lo evitáramos. No terminamos de interiorizar lo que más nos conviene, lo que es más adecuado para nuestra personalidad. Cumplimos con el trabajo y las obligaciones a rajatabla, y sin embargo con lo que disfrutamos somos menos serios. Lo postergamos una y otra vez, y eso nos va agrietando el ánimo, y surge esa amargura o especie de locura porque sentimos que no tenemos el control.
Nos sentimos incluso agotados si acaso nos planteamos comenzar un proyecto y vamos dándole vueltas sin llegar a nada. Toda esa energía de planear e ir dejando para después también cansa, ese esfuerzo se debería invertir para el proyecto en sí, pues es llevándolo a cabo que van surgiendo las ideas y se es más consciente del camino a seguir. Ya se sabe, es más complicado ponerse a ello que estar en el proceso, donde en verdad disfrutamos, donde el tiempo desaparece y nos sentimos después de mejor humor, realizados.
¿Por qué lo evitamos entonces? ¿Por qué preferimos agotarnos con excusas o sobreanálisis si sabemos que es algo que nos llena? ¿Nos odiamos por naturaleza? ¿Es por miedo y, por lo tanto, surgen razonamientos no tan racionales?
¿Qué objetivos has dejado de lado? ¿También eres consciente de qué te hace bien? ¿Sigues tocando en alguna banda? ¿Sigues escribiendo aunque sea un artículo esporádico como este?