Creo que ya he hablado alguna vez de este tema, que sería para descojonarse de la risa si no hubiese provocado ya algún accidente, algunas peleas y centenares de broncas:
En León arreglaron hace algunos años, bastantes, las márgenes del Bernesga, y pusieron en valor para todos lo que antes eran unos parajes bastante poco recomendables. Hasta ahí, bien.
La cuestión es que por su amplitud y por los enormes espacios verdes que ha generado esta mejora, se pensó que algunas zonas podían habilitarse para que se soltasen los perros. Y los dueños de los perros están encantados, con lo que la zona se ha convertido en lugar habitual de paseos, juegos y encuentros de los dueños de mascotas y sus peludos amigos, moderados unas veces y otras grandes entusiastas de echarse sobre cualquiera o perseguir a quien pase a cierta velocidad.
Como digo, se trata de la margen de un río, lo que significa que es un terreno de unos cincuenta metros de ancho, algo más en algunos sitios, y quizás tres o cuatro kilómetros de largo. Con esa configuración, pareció también muy oportuno construir un estupendo carril bici, que ahora es aprovechado por ciclistas y amigos del patinete eléctrico que se pasean por él, unas veces a velocidad moderada y otras a toda leche, como si estuviesen en plena contrearreloj.
La gracia del asunto, ya lo habéis adivinado, es que el carril bici atraviesa las zonas de perros sueltos, y los ciclistas están absolutamente encabronados con los perros, y los dueños de los perros están absolutamente encabronados con los ciclistas. Los dos grupos se creen los reyes del mambo: los de los perros, porque sus mascotas son como sus hijos, los de las dos ruedas, porque su actividad es sostenible, saludable y poco menos que obligatoria, y además, por algo el carril se llama carril bici y no carril perro.
Las consecuencias son las que mencioné al principio: accidentes, peleas y broncas. El ayuntamiento, cualquiera que haya sido su color, ha decidido invariablemente pedir a la gente que aprenda a convivir. Pero en este caso no se trata de anarquistas y falangistas compartiendo local (que lo vi una vez en los ochenta, y acabaron jugando al mus sobre una bandera roja y negra), sino de gente supuestamente empática con la naturaleza, los animales y el medio ambiente.
Y hostia, eso no hay quien lo remedie.