Cuando uno es pequeño sus padres le cuentan una serie de mentiras piadosas para hacer su cruel existencia un poco más llevadera: que existen unos reyes magos que reparten regalos a todos los niños buenos, que el ratoncito Pérez va en búsqueda de los dientes caídos para cambiarlos por dinero, que hay un Dios en el cielo que nos creó a todos, que cuida de nosotros y que nos espera en el mas allá...
El problema es que hay una de esas mentiras piadosas que se fue de las manos y que muchos se niegan a dejar de creer una vez adultos. Mientras, miran con condescendencia a su tierno infante que espera con ilusión los regalos de unos seres imaginarios que son capaces de llegar a todos los niños del mundo en una sola noche. "¿Pero como se pueden creer tal absurdez?" piensan.
En realidad, es comprensible: la idea de que la vida se acabe y no haya nada más resulta aterradora. A mí todavía hay días que me cuesta asumirlo. Sin embargo, que una idea resulte aterradora y otra más asumible, no hace que la primera sea falsa y la segunda más verdadera.
De hecho, una de las bases de casi cualquier religión actual resulta ser una paradoja de lo más extraña a poco que se analice durante escasos minutos. Muchos religiosos dicen tal que así:
"Los humanos somos demasiado complejos como para haber surgido de la nada, por lo tanto, alguien nos debe haber creado".
Pero si somos demasiado complejos como para haber surgido de la nada, ¿no lo será mucho más un ser invisible, omnipresente, omnisciente y omnipotente capaz de crear todo esto? Estamos añadiendo un nivel de complejidad y retrasando la respuesta. Nos hemos sacado de la manga un Deus Ex Machina como una catedral. Algo que tenía sentido en el paleolítico, pero no mucho en la sociedad moderna.
Sin embargo, las incongruencias no acaban ahí. Estoy seguro que más de uno ha mirado a su mascota enferma, en los últimos días de su escueta vida y se ha consolado pensando que, al menos, irá a parar a un lugar mejor. Porque, los animales tienen alma, ¿verdad? Y si la tiene mi querida mascota, también la tendrá esa adorable araña, ¿no? ¿Y una hormiga? ¿Un ácaro? ¿Un protozoo? ¿Las células individuales de nuestro cuerpo?
Para acabar con este sinsentido, la Iglesia declaró que sí, pero no. Otra incongruencia más a la lista.
Otra que me genera muchas dudas es sobre las enfermedades mentales degenerativas. Si el ser humano tiene alma y es esta la que contiene nuestra esencia, nuestra personalidad, sentimientos y anhelos. Entonces, ¿como es que todo eso desaparece cuando se degenera el cerebro? Es más, cuando una persona en ese estado muere y visita el más allá, ¿lo hace con su estado actual de degeneración cognitiva? Porque menuda putada vagar por toda la eternidad de esa forma. ¿Y qué pasa con todos esos recuerdos que su cerebro alma no ha podido guardar?
Preguntas y más preguntas.
Pero sin duda alguna, mi preferida es la relacionada con el cielo y el infierno. Depende de a quién preguntes, te dicen que el infierno existe o no, según se levanten ese día, así que dejémoslo de lado por el bien de la longitud de este artículo.
Se supone que el cielo es un lugar de felicidad absoluta y que todos los que han sido buenos en esta vida, irán allí como recompensa. Imaginemos a dos personas, A y B que, según la moral del dios de ese lugar y momento en el tiempo concreto, deben ir al cielo. Las dos han sido buenas. Sin embargo, la persona A no puede ver a la persona B. Solo de pensar en compartir toda la eternidad con B, el cielo se convierte en un infiero para A. Para B, sin embargo, es justo al revés. Su felicidad depende de pasar la eternidad junto a A.
Por lo tanto, ¿es posible un cielo donde todas las personas buenas sean felices?
Yo creo que no.
Pero bueno, por eso se repiten que hay que tener fe sin cuestionarse nada. Porque a poco que lo hagas, todo se desmorona.