El principio de caridad establece que cuando alguien presenta un argumento que puede interpretarse de dos maneras posibles, una de las cuales es lógicamente sólida y la otra es falaz, se debe asumir que la interpretación lógicamente sólida es la que se intentaba transmitir. Del mismo modo, si ampliamos el principio de caridad más allá del ámbito de la argumentación hacia el de las acciones humanas, se deriva que en aquellos casos en los que no se posee un conocimiento directo de las motivaciones que guiaron un acto, se debe optar por la interpretación más benévola.
Si existiera un concepto que reflejara el fenómeno contrario, podría denominarse algo similar a un "principio de malicia". Esto implicaría interpretar las acciones de los demás de la manera más desfavorable posible, asumiendo que están motivadas por intenciones negativas.
Por último, existiría un tercer enfoque que implicaría suspender el juicio. En otras palabras, se trataría de no intentar realizar una valoración moral o interpretativa.
La pregunta está en el aire: ¿aplicamos el principio de caridad, el de malicia o suspendemos el juicio? Mientras decidimos no está de más recordar que nuestra elección no solo define cómo vemos el mundo, sino también como lo moldeamos.