Hace unos meses publiqué un texto con una editorial potente, de distribución nacional. Pero parafraseando aquella expresión que gente con canas recordamos, no vengo a hablaros de mi libro, sino de dar algún que otro consejo útil a las personas a quienes les gustaría hacer lo mismo. Especialmente querría defender la licencia Creative Commons, una de las condiciones que les puse a mis editores y que tuvieron a bien aceptar, algo que les agradezco por lo poco frecuente. Y es que estamos rodeados de mitos, uno de ellos que el Copyright es la herramienta más útil para defender nuestros derechos como autores. Pero comencemos por el principio: tienes una idea, o incluso un manuscrito terminado y piensas que puede acabar siendo un libro, ¿qué hacer?
—Respeta tu creación desde el comienzo. No se merece que sea maltratada por editoriales que en realidad son servicios de impresión a quienes no les importa nada el texto. Por cierto que algo tendrás que mandarles, pues salvo que seas un autor consagrado no bastará el concepto general. Yo no lo enviaría entero, sino una parte que pienses que refleja bien la estética y el fondo del mismo. Busca una compañía a la que creas que por su ámbito y enfoque les puede interesar tu obra. Nada de pagar por ediciones ni de que te tengas que encargar tú de la distribución, eso son labores editoriales. Pon condiciones, no te vas a convertir en una persona rica (o es muy improbable) pero puedes entender que tu obra requiere un determinado formato, o que se debe publicar de una forma específica. Yo pedía Creative Commons al menos en formato PDF y respetar ciertas soluciones de maquetación, como que las notas se encontraran al pie de la página y no al final del tomo. Si no les interesa siempre queda la autopublicación antes que regalarle dinero a una empresa. Y no es una opción que sea sinónimo de falta de calidad o éxito. Siempre pongo el ejemplo de Andy Weir, autor de El marciano. Ninguna compañía quería su novela, la editó el mismo y la aceptación la acabó convirtiendo en una película de Ridley Scott.
En mi caso con respecto a quien publicaba yo tenía tres nombres en mente. El primero, el de la editorial grande con un espíritu de publicación que encajaba con lo que les ofrecía. Aceptaron, pero si hubieran dicho que no, se lo hubiera ofrecido a otra muy pequeña, que realiza tiradas en la práctica testimoniales pero que también está en el espíritu que buscaba. Y si estos últimos tampoco la hubieran querido la habría subido a Internet y santas pascuas. Esta es otra cuestión relevante en mi opinión: no pasa nada por el hecho de que finalmente no se pueda publicar, el camino ya es valioso. En cierto modo lo que más. Hay que escribir sobre todo para uno mismo. Quieres contar algo, pero ya es enorme hacerlo para ti. Ni todo el mundo puede ni quiere, aparte de que la senda como dice la poesía —por tanto la filosofía— debe ofrecer tanto o más que el destino, o no merece la pena recorrerla. Y otro elemento clave: el escritor es ante todo un lector. Ama la literatura, aprende de lo que otros cuentan. Esto es más importante que escribir, pues éste es un proceso que depende de aquel. Si ese sentimiento de amor hacia la palabra ya escrita no existe, nos encontraremos en un mundo que —lo advierte entre otros Juanjo Millás— tendrá más escritores que lectores y por tanto está vacío.
—Hablemos del Creative Commons. Como os decía vivimos en una sociedad en la que, por diversos motivos, se nos cuentan muchas cosas como ciertas sin serlo. Con respecto al arte han circulado numerosas leyendas y no es la menor la del valor imprescindible del Copyright como defensor de la dignidad del autor. En realidad el ámbito editorial no es distinto al de otros clave para la sociedad como la energía, o la vivienda. Un puñado reducido de muy grandes empresas tiene una gran capacidad de presión política, de modo que las leyes responden en gran medida a sus intereses y no a los del conjunto de la sociedad. O en el caso de la creación, de los autores. Por lo que respecta a los libros, en España son más caros que en otros países que incluso tienen un poder adquisitivo más alto, lo que ya nos puede dar pistas. También hay una importante resistencia respecto al formato de bolsillo, que en definitiva es más asequible. Isaac Asimov cuenta en su autobiografía cuando convenció a su editorial en Estados Unidos para publicar a la vez las tiradas económicas y las de formato más caro, como el de tapa dura. Defendía con razón que hay personas que prefieren uno u otro y que es un sinsentido privar de la obra a parte del público, simplemente para dar preferencia a quien está dispuesto a pagar más. Desde que convenció a su editor —cuenta el autor de Fundación— que además vio que no perdía dinero, en ese país el editar a la vez el formato caro y en bolsillo es habitual. En España no.
Con el Creative Commons sucede algo parecido. En mi opinión cuenta con dos ventajas principales, una altruista y otra egoísta, entendiendo que el egoísmo puede tener una perspectiva beneficiosa e incluso imprescindible para un mundo mejor. Por ejemplo en política: no hace falta ser generoso para querer una Seguridad Social, basta pensar que a uno mismo como individuo también le resulta positivo. Pero así mismo os voy a ser sincero: creo en el altruismo como algo bello y necesario, que también forma parte del ser humano, así que voy a comenzar por este ámbito. Contextualicemos al respecto. El trabajo es algo crucial para nuestra sociedad, al menos de momento, pero tampoco debemos ver sus características actuales como algo "natural", ya que esto también responde a intereses políticos. Podríamos trabajar de manera distinta a la institucionalizada, menos y mejor, pero eso tal vez lo desarrolle en otro momento. Baste decir que una teoría señala que la palabra "trabajo" deriva del latín, de un término que se usaba para referirse a un instrumento de tortura compuesto de tres palos: el Tripallium. Cierto o no, esta perspectiva me parece bastante útil y al menos en espíritu fiel a la realidad. Por otro lado tampoco debemos olvidar que el trabajo es en parte un mecanismo de control social, buscándose que su pérdida esté asociada a la necesidad, así como a la idea de vergüenza. Y alguien parado no debe avergonzarse de nada, es una circunstancia vital que puede responder a muchas causas, que inevitablemente se relacionan con otro concepto, en este caso muy religioso: el de la vergüenza. Y aunque ésta creo que muy saludable en el aspecto de sentirse incómodo ante el daño provocado a otro, se usa en el ámbito economico-político desde una perspectiva alienante: ¿no trabaja? algo habrá hecho o será un vago. Ya me entendéis. Esta dinámica de pensamiento responde más a lograr, de manera inducida, que los que sí trabajan no pidan reformas o mejoras por miedo a esa culpa. Por esto, entre otras cosas, pienso que el pobre o el parado tiene que tener —de hecho merece— los mismos derechos que el que no lo es. Y ahí está incluido algo fundamental: el ocio. Así que si alguien quiere leer mi libro y no puede (o no quiere) pagarlo para mí tiene el mismo derecho que los demás. Diversas personas por diferentes motivos, todos respetables, me han pedido el PDF. Y esto no es incompatible con un beneficio legítimo de una empresa editorial, pues pude tener formatos como el físico de pago, acogido a un Copyrigth cedido. Es un ámbito interesante, pues demuestra otro elemento político: no hace falta que el sistema económico sea de un feroz capitalismo o totalmente planificado, hay puntos de acuerdo en el que todos podemos ganar. Contar con este tipo de perspectivas va, además, contra la línea de flotación de otro aspecto alienante: la polarización social. Pero de nuevo este es otro tema.
Ahora hablemos de egoísmo personal. Desde una perspectiva útil y no dañina. ¿Es egoísta querer salvaguardar tus derechos de autor? Sí, pero podría estar de acuerdo con lo que parece defender nuestra ideología social imperante: si eres escritor y creador para mí tienes derechos sobre tu obra, algo que debe ser protegido. A que se reconozca tu autoría, a que nadie la manipule o —si no quieres— haga negocio con ella. Pues bien, es muy posible que el Copyright total no sea lo que más te interese. Como sucede con por ejemplo la música, esta licencia te da unos derechos exclusivos. Pero la exclusividad tiene sus peligros, porque al firmar un contrato de Copyright la cedes a una empresa que va a disponer de esos derechos, claro, de una manera —repito— exclusiva. Durante un tiempo que suele ser muy largo, de modo que ni siquiera tú, autor o autora, vas a poder hacer en ese periodo nada con ellos. Normalmente con estos contratos si la compañía quiere retirar en un momento el texto de la sociedad, desaparecerá, y tú —aún siendo creador— no podrás hacer nada al respecto. Has firmado un contrato, te dirán. Y tendrán razón, así que cuidado. Lo que me gustaría que tengas en mente es que antes la sociedad te habrá dicho implícita o explícitamente que el Copyright es por ti. No te lo creas. Con el Creative Commons estás compartiendo con los demás, efectivamente, pero también lo estás haciendo contigo mismo. De modo que si te acoges a él de manera que cualquiera puede compartir tu obra, tú también puedes hacerlo. Existirá mientras al menos tú quieras y esa decisión no dependerá de una decisión empresarial, sino personal: la tuya.
Como veis el ámbito editorial nos puede enseñar —al menos desde mi opinión y experiencia— como hay ideas que se dan como ciertas pero que no tienen que serlo necesariamente. La cooperación no está reñida con los beneficios, entre los que hay que valorar no solo los económicos si queremos un mundo mejor. Y tampoco es incompatible con un egoísmo beneficioso, el cual por otro lado es imprescindible para un mundo más seguro precisamente porque —a diferencia— del mero ego y la competitividad sin matices, no daña a nadie, sino que da garantías. Lo hace la Seguridad Social, lo hace una educación gratuita, lo hace un transporte público de calidad y lo hace el Creative Commons. Tenedlo en cuenta como creadores.