Hay quien dice que la abolición de la prostitución se debe a un triunfo de los puritanos, que después de entrar en retroceso con la desaparición de la censura y el triunfo inconstestable del porno, los swingers y las páginas de citas, buscan un nuevo rearme diciéndole a las personas, sobre todo a las mujeres, qué partes de su persona pueden poner en venta y cuales no.
Otros, por contra, creen que se trata de simple moralismo sacristán, ese que hurga en la bragueta ajena en busca de hechos públicos, eventos políticos y hechos diferenciales quasinacionalistas, supeditando la vida privada a regulaciones jurídicas de la libido y la vida sexual. El moralista, desde que el mundo es mundo, sueña con convertir sus opiniones en normas y sus gustos en leyes, y este sólo sería un ejemplo más, una vuelta de tuerca a la religión de Estado, ya impuesta en su día por Constantino, aconsejado por su madre Elena. Constantino el Grande y Santa Elena, según la Iglesia, encantada siempre con estas cosas.
Existe también un tercer grupo, más economicista, que ve en este empeño un combate contra el abaratamiento del coño, y que considera inaceptable que se pueda conseguir uno por un precio tn bajo como el que exigen las habituales tarifas de la prostitución. Según estos, a las prostitutas no se les paga por darte sexo, sino proque se marchen y no vuelvan a llamar después del sexo, por lo que su prohibición implica, de manera indirecta pero neceasaria, que para tenr sexo hay que gastar paciencia, comprensión, empatía y también dinero, por supuesto. Es decir: recursos más abundantes y onerosos que los que la prostitución clásica exige.
Por mi parte, no me adhiero a ninguna de esas propuestas y me atrevo a proponer una cuarta opción. De lo que se trata con la abolición de la prostitución es de reconvertir a las prostitutas en cuidadoras de ancianos, un sector tremendamente necesitado de mano de obra y que no consigue captar la fuerza de trabajo necesaria. Nuestra pirámide demográfica así lo requiere y, a medida que pase el tiempo, lo va a necesitar más aún, por lo que quizás sea el momento de replantearse la reconversión del sector hacia actividades de menor valor añadido pero mayor importancia social. Además, y no es un tema menor, se entiende que las mujeres que se dedican a la prostitución lo hacen por necesidad económica y son explotadas, mientras que cuidar ancianos bien puede, y debe ser, un trabajo vocacional en el que la recompensa económica tenga un valor real, pero claramente secundario, por lo que no se podría hablar de explotación de ningún tipo.
La cuestión, por tanto, es simple: entre dos trabajos repugnantes hay que fomentar aquel que la sociedad necesita más, y no cabe duda de que nuestros mayores se lo merecen más que los puteros. Y además, las cuidadoras pagan Seguridad Social y los empresarios de las residencias privadas obtienen buenos beneficios de una actividad fuertemente feminizada y racializada que hasta ahora escapaba del escrutinio tributario.
Todo son, pues, ventajas. Si somos prácticos en vez de moralistas, tenemos que estar a favor.