Que conste que el ceporrismo y el catetismo son cosas tanto de la izquierda como de la derecha. Igualmente, tener cultura general no es sinónimo de inteligencia, o viceversa, pero un grado notable de cultura general está asociado a ser más abierto a otras ideologías y estilos de pensamiento, a una aproximación menos totalitaria a cualquier postulado, y a una mayor empatía con los sujetos a los que afectan esas ideologías.
Esto es así porque la cultura y el arte, ya sea un libro, una película, una exposición de pinturas, un videojuego o una grabación musical, tienden a provocar emociones y generar debates internos en relación a multitud de conceptos, ideas y experiencias, tanto propias como ajenas, y que sólo se pueden aclarar mediante la observación y el pensamiento crítico.
Los postulados totalitarios o extremos se nutren, tanto en sus ideólogos, políticos y votantes, de una baja cultura general. Unos, porque su convencimiento ideológico choca de lleno con las sensaciones que le transmiten la cultura; otros porque, o bien no tienen recursos para acceder a la cultura, o bien no se les ha enseñado a apreciar la cultura (ya sea como método de aprendizaje personal o como entretenimiento) o, directamente, no tienen acceso a la cultura porque el gobierno de turno la ha censurado. No es casualidad que todos los regimenes dictatoriales, como medida principal, suprima las manifestaciones culturales que no pasen por su filtro ideológico, y que a la vez sean los estados con mayor vulneración de los derechos humanos.
Desde hace bastantes años estamos viendo el auge de la extrema derecha en Europa, con tanto éxito relativo que hasta los partidos que tradicionalmente han sido de derecha moderada se están radicalizando para no perder votos. Si analizamos a sus dirigentes observaremos que ninguno destaca por su aprecio a la cultura. Y los pocos que lo hacen, han creado su propio filtro cultural con el que reforzar sus ideas y que, a la vez, sirva de propaganda al electorado. Son personas que generalmente han construido su ideología en base a la estadística, al tradicionalismo monolítico, al puro biologicismo tergiversado para que se acople a sus argumentos. No los veremos dudar de sus postulados analizando Crimen y castigo, pero tampoco con Juego de Tronos. No sabrán diferenciar entre Monet y Manet, cuando tampoco saben hallar la relación entre un óleo y un mural.
No es de extrañar, pues, que su mayor nicho de votantes se encuentre en las personas de pobre cultura general. Ojo, no les estoy llamando tontos, pues como he dicho antes, cultura general e inteligencia son dos cosas distintas. Estoy hablando de personas que carecen de la sensibilidad que el arte y la cultura espolean en forma de debate y pensamiento crítico.
El primer grupo de votantes de este estilo se encuentra en el sector más joven de la población (los nuevos electores), y son causa directa de un sistema educativo que, desde edades muy tempranas, se aleja cada vez más de la adquisición de habilidades y competencias, y se aproxima a la formación mediante la aceptación de automatismos. Ésto hace que el consumo de cultura sea restringido y se reduzca a manifestaciones muy simples, mecanizadas e industrializadas. Hay varios ejemplos: la simplificación de la música actual, el cine de superhéroes, o los videojuegos con breve o inexistente "modo historia".
El segundo grupo de votantes pertenece a los más desfavorecidos. Por dos motivos: porque sus ingresos económicos no les permiten tener un mayor acceso a la cultura, o porque por su rama profesional o la ausencia de conciliación familiar apenas tienen tiempo o energía para disfrutar de la cultura. No tienen tiempo para leer tranquilamente un libro, o dinero para permitirse cuatro entradas de teatro; escuchan música a trompicones en la radio, están cansados para ir a un museo, no puede ir a un concierto porque tiene que cuidar de los niños o trabajar temprano al día siguiente. Ésto ha dado lugar a la "cultura borracha", donde se celebran más conciertos y exposiciones en pubs y bares que en algunos auditorios y museos, donde la cultura y el arte tienen que ir acompañados de un lingotazo. Ocio y cultura todo en uno, en tiempo reducido y a precios populares.
El tercer grupo de votantes, el más minoritario pero el más ruidoso, es el de personas educadas en ambientes filofascistas, ya sea en el ámbito familiar o escolar. Muchos de ellos han vivido el fascismo con cierta comodidad y se anclan al tradicionalismo para rechazar o incluso censurar la cultura actual. Jamás asistirían a una performance, sufren ataques de odio con un mural feminista, boicotean un concierto de punk y explotan ante una representación teatral posterior al siglo XVII.
Dicho todo esto, lo peor no es el bajo nivel cultural de muchos de los votantes de estas idelogías, sino que además utilizan el tener un nivel cultural alto como método para invalidar y desacreditar a políticos y votantes de otras ideologías, especialmente de la izquierda. Si vas a la universidad o lees a Mario Benedetti no puedes ser de izquierdas porque no estás trabajando en la obra de sol a sol o reponiendo en el supermercado como un loco. Alguien de izquierdas que sale de un concierto de la Orquesta de [inserte Comunidad Autónoma] o de C. Tangana ya no es de izquierdas; es un "pijoprogre". Irte de turismo rural es de pijos; a la playa, como todo el mundo.
La derecha y la extrema derecha se están apropiando de la incultura y el cazurrismo y, no sólo eso, están haciendo bandera con ello. Se han dado cuenta de que su antiguo nicho de votantes, aquellos con estudios superiores y alto nivel cultural (más como un estamento de clase pudiente que como verdaderos amantes de la cultura) se ha diluído gracias a la democratización del acceso a la cultura y a educación superior. Y ahora intentan darle la vuelta a la tortilla.
Por eso, personajes como Alberto Núñez Feijóo están donde están. No es baladí ni espontáneo que un partido político elija como secretario general a un individuo que no sabe dónde nació Picasso, o que crea que 1984 se escribió en 1984. Y que además se atreva abiertamente a mencionarlo. Es la nueva imagen de "político del pueblo", un disfraz burdo para camuflar sus propuestas contrarias a la protección social. Una forma de maquillar sus ideas anti-progresistas como "la voluntad del pueblo". Porque el pueblo es libre... libre de ser un cazurro, y éso es libertad.