Cantos de sirena de un coche patrulla (y 8)

VI

RAMIRO MARTÍNEZ

Más de quince mil delincuentes detenidos, noventa y pico terroristas enchironados, doscientas diez toneladas de droga incautada a lo largo de mi carrera..., ¡y tiene que venir a preguntarme precisamente por la Operación Wonder! ¡Lo suyo son ganas de joder!

Esto es como lo de la Iglesia, coño: hay que hablar de que machacaron a Galileo, y no de que salvaron a Aristóteles, porque lo otro no vende. Ustedes los escritores son en el fondo unos demagogos del carajo. Menos mal que cuando se meten a políticos se dan unos batacazos del copón, porque si no, íbamos listos.

Pero bueno: ya que tanto insiste, y si sólo falto yo por dar una versión, trataré de acordarme de lo que fue aquello. El asunto entero se puede resumir a la perfección diciendo que fue todo una mierda, pero supongo que querrá que sea un poco más concreto. Decir de algo que es una maravilla es descripción suficiente, pero si se dice que algo es una mierda hay que entrar en detalles, ¿verdad? No se preocupe, que a eso voy.

Quien quiera que le contase lo que pasó en mi despacho se acercó bastante: me habían ordenado que acabase con las estafas de las falsas carreras musicales porque se le estaba dando demasiada publicidad a aquel asunto. Y lo peor de un delito es la publicidad, porque desprestigia a la ley.

Toda ley que no se cumple erosiona la credibilidad del legislador, del juez, de la policía y de la sociedad entera, pero de eso no parecen darse cuenta en este país, donde da la impresión de que las leyes se hacen para que se entrenen los atletas de cien metros vallas.

Si por mí hubiese sido, un asunto como aquel se hubiese resuelto por el viejo método de poner el expediente en la bandeja de asuntos pendientes y esperar a que él solo pasara a la de asuntos resueltos. No sé creería la cantidad de trabajo que se resuelve él solo, por su cuenta. A veces, más de las que se imagina, defender la ley y mantener el orden consiste también en no hacer nada.

Pero no era yo el que daba las órdenes y hubo que poner en marcha esa Operación Wonder de todos los demonios. Ya no me acuerdo de por qué le dimos ese nombre: alguna tontería.

La plantilla siempre era escasa. Desde tiempos de Ramses II la plantilla es corta, si usted me entiende. Y cuando sobra personal en la policía, mejor echarse a temblar. Estaba todo el mundo ocupado en otras cosas, pero tuve que conseguir tres agentes para aquella tontería de los cantantes. Después de pensarlo, elegí a Olite, Salcedo y Justel porque eran muy distintos entre sí. De ese modo, tenía más posibilidades de que no los rechazasen a todos.

O sea que la elección la hice más o menos al azar, porque estaba convencido de que todos eran igual de malos y ya se figurará que no iba a hacer un casting en comisaría para decidir a quién mandaba.

Salieron de mi despacho con cara de pocos amigos pero aquella misma tarde me dijeron que los habían aceptado a los tres. La cosa iba viento en popa: sólo un trilero irredento podía aceptarlos a todos.

Consulté con la superioridad si sería conveniente retirar a alguno de ellos, aunque fuese sólo para reducir gastos, pero me contestaron que no: que el caso era importante y que había que tenerlo todo atado y bien atado. O sea que por una vez no les importaba soltar algo de pasta. Para eso sí, ya ve, y otras veces teníamos que usar calcantes a fin de mes porque no había presupuesto para el mantenimiento de la fotocopiadora. ¡Hay que joderse!

Luego fueron trayendo facturas, pero pequeñas. Todo eran minucias. Les preguntaba de vez en cuando qué tal iba la cosa y a veces me contaban qué estaban ensayando tal o cual canción, o que les estaban enseñando a moverse en un escenario. 

Poco después dieron un concierto en un bar del centro, ya no me acuerdo si uno de ellos, o todos. Lo que sí sé es que al concierto aquel asistió la mitad de la comisaría. Cuando supe que se había corrido la voz de que iban a actuar en un pub de copas y que todo el mundo iría, estuve a punto de descolgar el teléfono, llamar a la Asociación de Ayuda en Carretera y dar un aviso de bomba. No se puede ser más idiota.

Les cayó una bronca de campeonato, pero seguramente fue allí donde se empezó a torcer la cosa, porque el cabrón que iba de representante, un checo apellidado Neruda, como el poeta, se portó después con demasiada prudencia para ser un individuo con sus antecedentes. Tres folios de antecedentes penales en media docena de países. Un punto de cuidado.

Yo creo que aquel día nos olió, y tampoco hacía falta ser un sabueso. Pensé suspender la operación, pero no había tiempo para empezar otra vez desde el principio y los tres policías que tenía en ello me decían que Neruda no se había dado cuenta de nada, así que seguí. Seguí porque no me quedaba más remedio, que si no, ni harto de vino.

Luego, a medio camino, mientras perdían el tiempo en ensayos y más ensayos, apareció la porquería aquella que me comenta usted también: el caso del violador de Aluche. Se ve que estábamos en temporada de cagadas, porque nos cayeron todas juntas. Supongo que ya conoce la historia así que no lo aburriré repitiendo todo el cuento desde el principio, pero el caso es que al tío lo juzgó un jurado popular y lo absolvieron por falta de pruebas, o como dijo la sentencia, por la persistencia de una duda razonable sobre su culpabilidad.

Si el tío decía que había oído decir a su madre que tenía un hermano gemelo, y se seguían cometiendo violaciones en las que aparecía su ADN mientras él estaba en prisión, la historia del hermano gemelo tenía una posibilidad de ser cierta. 

Recuerdo que no me creí una palabra y que pedí unos cuantos informes científicos al respecto, y hubo uno, de una investigadora de la Universidad de León que me lo dejó claro: dos gemelos tiene el mismo ADN, pero con variaciones en el resto del material biológico debidas a un fenómeno que se llama metilación y que no sé explicarle con mucho detalle, pero que tiene que ver con las distintas condiciones de vida, alimentación y sitios donde se mueven los dos distintos sujetos. O sea, que si todo era idéntico en el semen encontrado en las víctimas es que era del mismo tío, y no de dos hermanos gemelos.

¿ha entendido más o menos el asunto? Bien, me alegro. Pues los del jurado no lo entendieron y pusieron a aquel cabrón en la calle. Y poco después de que lo soltasen volvió a abordar a una chica, y Salcedo, que estaba de servicio, le metió un tiro en los huevos. En parte fue culpa mía, porque no debí permitirle ir a aquel servicio por mucho que ella me lo pidiera casi como favor personal cuando nos enteramos de dónde podíamos encontrarlo. No tenía que haberla dejado ir, pero como siempre le había caído a ella el trabajo sucio de hablar con las víctimas y redactar aquellos atestados asquerosos no supe decirle que no, y pasó lo que pasó. Porque se fue de la policía y no hizo falta, pero si no, hubiese dado la cara por ella hasta le final.

¿Que como apareció el semen del tío en las otras víctimas mientras él estaba entre rejas? De puro sencillo es genial: lo enviaba por correo a amigas, o a amigas de sus compinches, que se lo echaban por encima y denunciaban la violación. El tío aquel estaba metido en muchas más porquerías y tenía amigos fuera para organizar semejante jugarreta, ya ve. Y el jurado se lo tragó, porque a la gente común le gustan más los libros de extraterrestres que las revistas científicas. O si no, vaya por ahí y pregunte a ver cuántos saben lo que significa abducción y cuántos lo que significa metilación.

Así que no es tan difícil mandar semejante porquería por correo. O sea que a usted no se le ocurre cómo hacerlo, ¿eh? Pues a él cabrón aquel se le ocurrió: se metió a hacer prácticas de jardinería o alguna chorrada similar de las que dan por buenas en las prisiones como forma de reinserción, participación, formación o como quiera que le llamen. Luego, con las plantas que cultivó dijo que quería dedicarse a destilar perfumes, y se puso a hervir pétalos de rosas, raíces de orquídea y cosas de ese tipo. En cuanto tuvo algo que se pareció a un perfume pidió permiso para enviar fuera muestras d elo que hacía, y se lo concedieron. ¿y qué cree que iba en algunos de esos frasquitos, en lugar de perfume? Pues eso: su propio semen, enviado por correo a sus compinches del exterior.

En cuanto a lo otro, lo de la operación Wonder, las cosas continuaron su curso sin que acabasen de cristalizar hasta el maldito día aquel en que alguien avisó a los de estupefacientes para que registraran el camión donde se cambiaban de ropa los artistas, justo antes de que comenzase el primer concierto importante de Justel. El pobre chaval me llamó a casa, casi llorando, para preguntar quién había sido el canalla que le había mandado a los de antidroga. Yo sabía de sobra que lo que menos le preocupaba era que se pudiese ir al carajo la operación, pero de todos modos intenté arreglar el tema para que pusieran en libertad al batería, o al guitarrista, no me acuerdo, pero para cuando conseguí que alguien con poder suficiente para soltarlo se pusiera al teléfono ya era demasiado tarde. 

La cosa se arregló por otro lado, pero la operación se fue a la mierda de todos modos. Un fracaso total: de tres policías que envié a esa misión, sólo volvió uno. Un sesenta y seis por ciento de bajas. ¡A tanto no llegaron ni en Guadalcanal! Y menos mal que pude salvar a uno a última hora poniendo contra las cuerdas a aquel cabrón checo, que si no, los pierdo a los tres. ¡Menudo desastre!

¿Puntos oscuros? Bueno, no tanto.

Ni sé por qué se peleó Olite con el dueño de aquel bar ni se lo pregunté nunca. Le dije que si no tenía cuidado con esos arrebatos iba a acabar metiéndose en un jaleo serio y ahí acabó todo. O sea, lo normal, porque el del bar no presentó denuncia. Si la llega a presentar le abro expediente a Olite, desde luego, pero a él le pongo un coche patrulla a la puerta del local durante seis meses, que es algo que les encanta a los dueños de esos garitos. ¡Nos ha jodido!

Salcedo se casó con un empresario que conoció en un concierto. Ese mismo al que le zurró Olite, creo. A las mujeres de antes les gustaban los que daban las hostias en las peleas y a las de ahora les gustan los que las reciben. A lo mejor habría que reflexionar sobre cómo se ha producido ese cambio, porque algo significa, pero ahora no es momento.

En cuanto a Justel, vino una tarde y me dijo que dimitía. Yo me hice el sorprendido, pero hacía tiempo que lo observaba en la cafetería y, ¿qué se puede esperar de un tío que hace trampas jugando al solitario? 

Tarde o temprano iba a dejar la policía, así que mejor temprano y por un éxito, que no a los cincuenta años en una silla de ruedas o después del entierro de un compañero.

¿El disco, me dice? ¡Esa sí que fue una buena jugada, pero ya caerán!

Vamos a ver, piense un poco: se hacen cien mil copias de un disco, y resulta que se venden setecientas en Madrid, quinientas en Barcelona, ¡veintidós mil en Marbella y treinta y cinco mil en Fuengirola! ¿No se le ocurre nada?

Pues con el segundo disco pasó lo mismo. Y con el tercero. ¡Y con todos, carajo! Si el productor del disco es el mismo que el que lo compra, todo queda en casa, y con el dinero bien limpio, recién sacado de la colada, aunque pague impuestos y derechos de autor. ¿No se da cuenta? Cuesta medio euro el disco, se vende a veintitrés, y se lavan veintidós euros por unidad. ¡Y encima, con el tirón de ser el más vendido, se colocan realmente muchos miles de unidades a pobres anormales que quieren tener lo que está de moda! ¡Es una idea redonda!

¡Qué gran artista, Justel, ni qué niño muerto! Un pobre desgraciado que ni siquiera lo sabe. Como se le ocurra un día hablar mal de la policía lo llamo y se lo cuento, para que se joda.

Gran artista... ¡No me venga con chorradas!

FIN