A estas alturas pocos se atreven ya a negar la intervención humana en el calentamiento global. Las voces discrepantes, unas interesadas y otras ignorantes, han ido desapareciendo poco a poco, pero permanece la hipocresía general sobre el asunto.
El cambio climático no tiene remedio en la medida que se trata de un problema planetario y no existe un Gobierno planetario que lo pueda abordar. Da igual la voluntad que le pongamos: cuando se habla de gravar emisiones de carbono hablamos de gravar las nuestras, pero no las de China, o las de EEUU, que no están dispuestos a perjudicar su industria y esperan ansiosos que nosotros sí dañemos la nuestra, o le demos un empujón para que se traslade a países con legislación más laxa.
Cuando hablamos de reducir emisiones, hablamos de las nuestras. Cuando hablamos de ponerles una tasa, hablamos al final de vender y comprar derechos de contaminación, lo que significa que quienes producen más limpio venden sus cuotas a otros para que estos puedan ensuciar más.
Cuando hablamos de la huella de carbono, siempre aparece un majadero dando el dato per cápita, que es como decir que aumentando la población se amortigua el problema, una estupidez sin parangón que sin embargo parece tener bastantes adeptos, sobre todo entre los que pasan del problema y buscan el modo de sacar partido a las buenas intenciones de los demás.
Es una broma suicida que se llevará por delante, a medio plazo, una buena parte del mundo que conocemos. Pero lo cierto es que a día de hoy no existen incentivos para ser el primero que cumpla. Es tan estúpido como evitar los vertidos de veneno a un río y sólo lo cumplen cinco ciudades de ocho: a la desembocadura llegará veneno de todos modos y las que cumplen se irán empobreciendo por dos razones: porque sus fábricas cerrarán y porque beberán agua venenosa de todos modos.
Sin sanciones para los incumplidores no hay solución, y a día de hoy no existen mecanismos que puedan sancionar a los que contaminan. De hecho, sucede lo contrario: una de las causas de la deslocalización de empresas es la búsqueda de legislaciones medioambientales menos estrictas.
Y entre tanto, los científicos advierten que desde el momento en que se tomen medidas hasta que podamos disfrutar de sus beneficios pueden pasar entre veinticinco y cuarenta años, porque ahora mismo estamos sufriendo los efectos del aumento de emisiones de finales de los noventa, y que lo peor está por venir.
Y vendrá. Por que una cosa es la ética y otra la solución óptima del dilema del prisionero. O peor aún, del Juego de la gallina.
es.wikipedia.org/wiki/Juego_de_la_gallina
Pintan bastos.