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Cuando los médicos de Estados Unidos prescribían un terrorífico paseo en avión para curar la sordera
Marzo de 1921. Un avión del Ejército despega en Washington. A bordo van el piloto y el pasajero Henry A. Renz, Jr., de 22 años. De repente, cuando el avión se encontraba a 4 mil metros del altura, la aeronave cae en picado sin control. Aquella escena terrorífica trataba de curar la sordera de Renz.
El joven era ya un veterano de la Primera Guerra Mundial que había perdido su voz ocho meses antes, posiblemente producto de una complicación de una lesión de guerra. Con el fin de restaurarle el habla, los médicos habían intentado de todo, incluso le extirparon sus amígdalas y adenoides, sin éxito, por cierto.
Así que buscando una cura milagrosa, Renz acudió al Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, donde un médico llamado Charles H. McEnerney le diagnosticó el problema como psicológico y prescribió un tratamiento, digamos que poco ortodoxo: un paseo en avión.
El joven era ya un veterano de la Primera Guerra Mundial que había perdido su voz ocho meses antes, posiblemente producto de una complicación de una lesión de guerra. Con el fin de restaurarle el habla, los médicos habían intentado de todo, incluso le extirparon sus amígdalas y adenoides, sin éxito, por cierto.
Así que buscando una cura milagrosa, Renz acudió al Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, donde un médico llamado Charles H. McEnerney le diagnosticó el problema como psicológico y prescribió un tratamiento, digamos que poco ortodoxo: un paseo en avión.
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