Sería 2006, tal vez 2007. Fue antes de la crisis. Tenía mi título de economista y un flamante máster debajo del brazo. Y mi primera entrevista de trabajo.
Era una empresa de polígono. Proveedora de material para empresas industriales. Varios comerciales sin escrúpulos, un almacén con dos o tres mozos, una administrativa gorda y un jefe que no sabía usar un ordenador pero llevaba un Q7.
Yo, cual buen pollo, aparecí nervioso, tarde y con traje y corbata.
Al llegar, la administrativa gorda me dijo que esperase que estaban acabando con otro candidato.
Me dió un apretón, y pregunté por el baño. Y allí que me fui a soltar un mojón. Fueron tres, de una consistencia blanda. Un 4 en la escala de Bristol. Y, al tirar de la cadena, el horror. No funcionaba.
Sudor frío, pánico y pestazo. Pero había que resolver. Armado con mucho papel higiénico, logré envolver los tres zurullos, y, con ellos en la mano, opté por meterlos en un cajón del mueble del baño, con la promesa a mí mismo de volver al acabar para recogerlos y tirarlos a un basurero.
Y entré a la entrevista, recién cagado, con las manos mojadas de sudor y oliendo, supongo, a mierda, mientras pensaba en el cuerpo del delito del cajón.
La cosa duró poco, el jefe me dijo que el candidato anterior se adaptaba como un guante, por lo que gracias por venir, pero siga rascando.
Y me piré, claro. No tenía sentido volver al baño tan rápido, así que ahí se quedó mi mierda, en su cajón, junto a mis esperanzas y dignidad.
Sería 2006, tal vez 2007. Fue antes de la crisis. Tenía mi título de economista y un flamante máster debajo del brazo. Y mi primera entrevista de trabajo.
Era una empresa de polígono. Proveedora de material para empresas industriales. Varios comerciales sin escrúpulos, un almacén con dos o tres mozos, una administrativa gorda y un jefe que no sabía usar un ordenador pero llevaba un Q7.
Yo, cual buen pollo, aparecí nervioso, tarde y con traje y corbata.
Al llegar, la administrativa gorda me dijo que esperase que estaban acabando con otro candidato.
Me dió un apretón, y pregunté por el baño. Y allí que me fui a soltar un mojón. Fueron tres, de una consistencia blanda. Un 4 en la escala de Bristol. Y, al tirar de la cadena, el horror. No funcionaba.
@sigue
Sudor frío, pánico y pestazo. Pero había que resolver. Armado con mucho papel higiénico, logré envolver los tres zurullos, y, con ellos en la mano, opté por meterlos en un cajón del mueble del baño, con la promesa a mí mismo de volver al acabar para recogerlos y tirarlos a un basurero.
Y entré a la entrevista, recién cagado, con las manos mojadas de sudor y oliendo, supongo, a mierda, mientras pensaba en el cuerpo del delito del cajón.
La cosa duró poco, el jefe me dijo que el candidato anterior se adaptaba como un guante, por lo que gracias por venir, pero siga rascando.
Y me piré, claro. No tenía sentido volver al baño tan rápido, así que ahí se quedó mi mierda, en su cajón, junto a mis esperanzas y dignidad.
Yo, después de leer tuits de Elon Musk: Bueno, mejor no.