Dos realidades cabalgan en paralelo en el negocio de la televisión de pago: el dinero invertido por las operadoras en contenidos -con el fin de mejorar su oferta convergente- y el pirateo, que en España no es ninguna broma. No lo es en general, por conocido -películas, música o libros-, y no lo es en el caso concreto de las esas televisiones, que se han gastado una burrada para poner en sus parrillas lo que ofrecen, objeto también del pirateo: fútbol, series y demás contenidos.