Todo empezó en diciembre de 2013, cuando un niño guineano de 2 años de edad presumiblemente comió una fruta que había sido mordisqueada por un murciélago infectado con Ébola. Murió a los pocos días de mostrar los síntomas, no sin antes contagiar a su madre, hermana y abuela, quienes sufrieron el mismo desenlace fatal. Desde ahí el virus no paró de trasmitirse de aldea en aldea, hasta que, en pocas semanas, la enfermedad ya estaba presente en los países vecinos de Sierra Leona y Liberia.
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