Los jóvenes imberbes siempre han gustado de pintarrajear el mobiliario urbano, estampando sus nombres y los de sus amoríos en paredes, bancos públicos, farolas, vallas, pasamanos y buzones de correo. Eternamente ha sido así, y que levante la mano aquel que no haya escrito nunca su nombre en algún lugar prohibido o aquel que no haya manchado nunca un muro de manera clandestina con un “Te quiero Chari” o algo similar.