La obra, desarrollada alrededor de dos personajes; un hikikomori japonés y una trabajadora alemana de una empresa de videovigilancia, dibuja las zonas oscuras de la era digital. Huecos morales en los que el anonimato es el aliciente determinante para observar la intimidad de las personas sin ser visto o hacerse la del justiciero nocturno, salvo que de justiciero hay poco, más allá de martillear cráneos.
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