La gente aquí es pobre. MUY POBRE. Y aun así se les ve felices. Por eso, cuando camino por las calles del mercado y les veo, siempre sonrientes y amables, no puedo evitar preguntarme ¿qué nos ha pasado? ¿en qué momento se torcieron las cosas? Nos subimos a un avión y nos quejamos de que la comida sabe a plástico. Es decir, estamos en una máquina capaz de volar -sí, sí, VOLAR como un pájaro, tenemos la fortuna de poder comer algo caliente a 4.500 metros del suelo y ¿nos enfadamos porque la comida no es perfecta?