Cuando en 1994 Dagmar Garroux creó su escuela, la Casa de Zezinho, en las favelas de São Paulo, apenas unas pocas familias se atrevieron a inscribir a sus hijas. Tradicionalmente, las mujeres se quedan en casa, así que no veían la necesidad de que recibieran educación. "Al principio sólo matriculaban a los hijos varones. – recuerda Garroux – porque en la favela, de las mujeres no se espera nada más que ejerzan de amas de casa. Su único valor es el de dar a luz, y desde muy jóvenes ya se las prepara para esta servidumbre."